La presentación esta semana del nuevo plan estratégico de Ibercaja, ha marcado un antes y un después en el sector. No porque sea una entidad muy importante, que lo es, sino por el paso al frente que dieron José Luis Aguirre y Víctor Iglesias en defensa de la independencia del banco.
Ibercaja no se va a fusionar y nadie puede obligarle para que lo haga mientras no dé motivos para ello. Y la entidad aragonesa, que seguirá pegada a su tierra por orden de la Fundación Ibercaja, máximo accionista con el 88% del capital, está convencida de poder cumplir su nuevo plan estratégico 2021-2023 sin recurrir a operaciones corporativas.
Ya no hace falta fusionarse para reducir plantilla y oficinas. Además, fusionarse para despedir resulta tan caro como despedir sin fusionarse. Y si no, que se lo digan a Aguirre e Iglesias, que firmaron un ERE en diciembre de 2020 que afectará a 750 empleados (el 15% de la plantilla) y supondrá el cierre de 200 sucursales (el 20% de la red). El ajuste culminará en junio de 2022.
Lo malo de tanto ajuste es lo que denunció aquél expresidente de banca: su antigua entidad no trataba bien a ‘sus’ viejecitos. Lógico: es lo sucede cuando reduces la red de sucursales y tienes menos personal para atender a los clientes, sobre todo a los más mayores.
Bankinter tampoco aspira a ser grande por ser grande, sino a mantener la rentabilidad que le ha caracterizado durante los últimos años. La entidad de Jaime Botín se enfrenta, eso sí, a una nueva etapa, tras desgajar el negocio de Línea Directa, que saldrá a bolsa el día 29 de este mes. La aseguradora le aportaba mucha seguridad en momentos difíciles, que ahora tendrá que suplir con el negocio típicamente bancario. Ya veremos.
Ni Ibercaja ni Bankinter tienen la más mínima intención de fusionarse. Bien por ellos.