Hay una batalla, por ahora sorda, en la cúspide europea del poder bancario. En concreto, la Autoridad Bancaria Europea (más conocida por sus siglas en inglés EBA, de European Banking Authority) se enfrenta al Banco Central Europeo (BCE) con el propósito de arrebatarle la inspección bancaria.
Es decir, se enfrentan el español José Manuel Campa, al frente de la ABE, contra el italiano Andrea Enria, responsable de la inspección bancaria en el BCE. Campa pretende que la actividad del BCE se reduzca a la política monetaria, mientras la ABE sea quien inspeccione a los bancos.
Hay que recordar que el asturiano Campa continúa sin romper su cordón umbilical con su pasado político como secretario de Estado de Economía del hoy resucitado José Luis Rodríguez Zapatero, ya ejerciente como masón ilustrado en la esfera internacional en la versión más izquierdosa -y tan mentirosa como la sección librecambista- del Nuevo Orden Mundial (NOM).
Eso sí, es uno de esos socialdemócratas de moqueta que ha hecho carrera en los organismos reguladores internacionales, que no en la banca privada. Vamos que de cuentas corrientes no tiene ni idea pero te suelta un discurso sobre la masa monetaria y el futuro de la intermediación bancaria que no se lo salta un gitano. No en vano ha prestado servicios, en plantilla o como asesor, del FMI, del BIS, de la Reserva Federal neoyorquina, del BIRD, y sigan ustedes con todas las siglas del abecedario financiero internacional, verdadero refugio de burócratas de alto salario. Sin olvidar que su única ligazón con un banco privado es con el Santander de los Botín.
En plata, que no sé si hablo de un político bancario o de un banquero político.
El problema es que una vez que creas un organismo público -por ejemplo, la EBA- no hay forma de destruirlo. Sobre todo en la burocratizada Europa
En cualquier caso, mi paisano se ha empeñado en derrotar al Banco Central Europeo, que, por el momento, mantiene las dos funciones propias de un banco central: la política monetaria y la inspección bancaria.
Campa preside la Autoridad Bancaria Europea (EBA), aunque ésta ya no está radicada en Londres, desde el Brexit, sino en París. Al igual que la JUR, la Junta de Resolución que se cargó el Banco Popular -y con esa chapuza paralizó la unión bancaria, dado que nadie confía en su peculiar su sistema de liquidación bancaria- la EBA depende de la Comisión Europea, esto es, depende de Bruselas, no de Francfort, de Ursula von der Leyen, no de Christine Lagarde, que vive en Francfort.
Ahora bien, resulta que el BCE mantiene las dos responsabilidades: política monetaria e inspección bancaria, más importante aquella pero más morbosa esta. La EBA sólo ejerce una especie de segunda supervisión, más teórica que práctica, centrada principalmente en los absurdos test de estrés y en normas de solvencia bancaria, solvencia hoy centrada en los fondos propios, en lugar de en la morosidad, que es la clave del negocio bancario. Vamos, que para la EBA, no así para el cuerpo de inspectores bancarios del BCE y del Banco de España (BdE) un buen banco es el que tiene mucho capital no poca morosidad, es decir un banco grande es, por definición, un buen banco.
La EBA se ha convertido en un organismo teórico, que unifica normas de solvencia, pero a la gente le gusta ser práctica, como el banco de Francfort, inspecciona bancos y manda en los bancos. Por cierto, más reguladores no implican mayor eficiencia
Por el contrario, para un inspector bancario clásico, un buen banco es aquel que tiene poca morosidad, independientemente de que sea grande o pequeño... como siempre defendió la inspección bancaria clásica del siglo XX. Y les aseguro que el sistema antiguo era mucho mejor.
Pues bien, Campa se ha empeñado en que le BCE, como ocurre en Estados Unidos, se dedique exclusivamente a la política monetaria y que su EBA se encargue de la inspección bancaria: su poder se multiplicaría así de la noche a la mañana.
Ni que decir que el actual presidente de su paralelo, el Consejo de Supervisión del BCE, el italiano Andrea Enria, precisamente su predecesor en la EBA, no está por la labor de que le quiten el cargo, el puesto y la función de gran inspector bancario europeo.
La batalla está servida: el español Campa contra el italiano Enria. Éste tiene ahora mismo mucho más poder que aquel pero el signo de los tiempos corre a favor de la EBA y lo políticamente correcto suele acabar por imponerse por sí solo. Para desgracia de todos. El problema es que una vez que creas un organismo público -por ejemplo, la EBA- no hay forma de destruirlo. Sobre todo en la burocratizada Europa.