El pasado miércoles día 4 de enero, el el Ibex 35, índice de referencia de la Bolsa de Madrid, se puso jacarandoso y subió un 1,89%.
No sólo eso, resulta que empezaron a surgir alguna de esas curiosas interpretaciones de hecho que, de cuando en cuando, surgen de voces autorizadas y con aspecto solemne. Por ejemplo, que los grandes centros de estudios económicos aseguraban que el peligro de recesión había sido superado y que las medidas monetarias iban a reblandecerse, lo que recuerda aquello de Chesterton: si no creen en Dios acabarán creyendo en cualquier cosa.
Toda la digitalización apunta a un predominio del individuo sobre el Estado, que no podrá mantener su yugo sobre la persona
Y es que los bolsistas, es decir, el dinero especulador, de vez en cuando se toman unas copas y creen que los problemas de décadas se solucionan en horas o que los problemas de horas no se solucionarán ni en décadas. Pues bien, nuestro problema actual se llama crisis de deuda, de Deuda Pública. Llevamos ya dos generaciones de políticos irresponsables que se han ocupado en mantener su cargo a costa de repartir limosnas para mantener un voto cautivo. Y esa limosnas, naturalmente, han sido pagadas con deuda pública, madre -mala madre- del déficit público que luego financiamos todos a escote. Y la goma está a punto de romperse.
El Estado debe reducir su tamaño hasta el mismísimo principio de subsidiariedad... y de forma rápida y decidida. O eso, o nos hundimos en ese actual reparto de la miseria que la propaganda monclovita califica como solidaridad
Por eso, los bancos centrales han decretado algo más importante que la subida del precio oficial del dinero: han empezado a comprar menos deuda pública y los Scholz, Macron, Biden o Sánchez -ese más que ninguno, porque ha convertido la demagogia en una de las bellas artes- se han pillado los dedos.
Pero les es igual: con una irresponsabilidad ya próxima a la locura, continúan endeudando a sus ciudadanos, a nosotros, para otro par de generaciones, en lugar de hacer lo que tenían que hacer: reducir el gasto público de forma rápida y, probablemente, dramática. Para entendernos: a lo bestia.
Traducido: lo que ocurre ahora mismo en la economía mundial es que la crisis de deuda que viene liquidará el Estado del Bienestar. ¿Nuestros políticos lo saben? Por supuesto, pero ellos viven pendientes, no del país, sino de ganar las próximas elecciones.
En el siglo XXI, el Estado del Bienestar es una piedra atada al cuello: mejor que no nos caigamos en ningún estanque
Ayer mismo, en su cínica despedida del fallecido Nicolás Redondo, que nada tiene que ver con Sánchez, el presidente del Gobierno español presentó al sindicalista como un gran valedor del Estado del Bienestar. Yo no le calificaría así, desde luego, pero, en cualquier caso, Nicolás Redondo murió a los 95 años de edad. Su tiempo fue aquel en el que el Estado del Bienestar, invento de la Democracia Cristiana europea, que no del socialismo europeo, constituye una admirable fuente de caridad y solidaridad. Por contra, en el siglo XXI, el Estado del Bienestar supone una piedra atada al cuello: mejor que no nos caigamos en ningún estanque.
Es más, toda la digitalización apunta a un predominio del individuo sobre el Estado, que no podrá mantener su yugo sobre la persona.
La digitalización es individualización. Y ojo que eso también supone un peligro
La digitalización es individualización. Y ojo que eso también supone un peligro, pero, ahora mismo, la urgencia consiste en eliminar -al menos reducir drásticamente- el Estado del Bienestar, por la sencilla razón de que no podemos permitírnoslo y porque la tecnología que, para bien y muchas veces para mal marca nuestra política económica, nunca de grado sino a la fuerza, advierte que vamos hacia una sociedad donde el Estado debe reducir su tamaño hasta el mismísimo principio de subsidiariedad... y de forma rápida y decidida. O eso, o nos hundimos en ese actual reparto de la miseria que la propaganda monclovita califica como solidaridad.
Recuerden: el Estado no es malo por ser público, sino por ser grande, como grandes e igualmente maléficas son los grandes mercados y las grandes corporaciones privadas. Y lo grande siempre es grande y, además, abusa de lo pequeño. Internet ha decretado la individualización, lo cual también presentará su elenco de problemas éticos. Ahora bien, ahora toca reducir hasta el hueso el Estado del Bienestar y el poder de las grandes mercados y de las grandes corporaciones industriales: lo pequeño es hermoso.