El nuevo impuesto a las transacciones financieras, mal conocido como la tasa Tobin -la verdadera tasa Tobin pretendía gravar el mercado de divisas, el más especulador de todos- ha resultado ser un fracaso: de enero a junio sólo ha recaudado 150 millones de euros frente a los 450 millones estimados por la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, según datos de Agencia Tributaria.
En su momento, la oposición advirtió al Gobierno de la “escasa capacidad recaudatoria” de este impuesto (PP y Ciudadanos), mientras que el diputado de Vox, Rubén Manso, aseguró que “alguien va a tener que pagar esto y lo van a pagar los pequeños ahorradores”.
‘Marizú’, sin embargo, hizo oídos sordos y sacó adelante la tasa que al ritmo actual cerrará el año con una recaudación de unos 300 millones de euros, muy lejos de los 850 millones previstos.
Este impuesto, aprobado a finales de 2020, grava con un 0,2% la adquisición de acciones emitidas en España de empresas cotizadas con una capitalización bursátil superior a 1.000 millones de euros.
En otros países europeos sucedió más o menos lo mismo. En Italia, por ejemplo, cuando se puso en marcha recaudó 400 millones de euros, frente a los 1.000 millones previstos.
En cualquier caso, ¿por qué el Gobierno tiene que subir los impuestos o crear nuevos, en lugar de reducir el gasto? Porque se puede reducir, y mucho.