En un principio, el viaje del presidente argentino, Javier Milei se planteó como el primer viaje a España del Milei electo. Pero Pedro Sánchez tenía otros planes. De la misma forma que se negó a felicitar a Javier Milei por su victoria electoral, también se negó a recibirle en Moncloa. Es más, el gobierno argentino declinó pedir una entrevista con su majestad el Rey Felipe VI, que sí acudió a su toma de posesión en Buenos Aires, para no enfrentar a Zarzuela con Moncloa.

Ahora bien, a medida que se acercaban las fechas del periplo, Sánchez incrementó su ataque al mandatario argentino. Venía a la cumbre "de la internacional ultraderechista", a pesar de que en ella participaban Giorgia Meloni y Víctor Orbán, es decir, dos jefes de gobierno de la Unión Europea. 

La catarata de insultos se precipitó: Sanchez insistía en que Milei era un loco -discurso delirante-, sus ministros que se trataba de un ultra muy peligroso, enemigo de los pobres y, en general, de un fascista.

Pero si algo no se le puede negar al argentino es coraje. Así, en el acto de Vox lanzó una dura crítica contra el socialismo y no dudó en citar a Pedro Sánchez y a Begoña Gómez, achacando irónicamente, a esta última, la condición de corrupta. 

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A partir de ahí Sánchez y su muy ofendido canciller, José Manuel Albares, exigieron disculpas públicas a Buenos Aires, disculpas que ni han llegado ni parece que llegarán. Pero al guiso le faltaba un hervor: desde Moncloa presionaron a la patronal CEOE para que defendiera la indefendible postura del gobierno español. Una vez más, Antonio Garamendi, presidente de la patronal CEOE cedió a las presiones y realizó, en la Cadena SER, naturalmente, un ejercicio de cinismo que no tenía que ver con la reunión con Milei del día anterior.

Asimismo, pidió el apoyo de Telefónica, ya participado en un 10% por el Gobierno, del Santander, que apenas se limitó a manifestar su apoyo a Garamendi, salvo como presidente de la CEOE, que les agrupa a todos, y otras grandes empresas deseosas de no molestar al Ejecutivo.

En plata, que las grandes empresas españolas se someten de nuevo al Sanchismo. Me temo que se arrepentirán de ello. 

Porque, además, estamos en la primera parte del partido. La segunda consiste en obligar a esas mismas empresas a asfixiar económicamente a la prensa crítica. 

En el intermedio, Sánchez quiere ganar las elecciones europeas. El presidente del gobierno habrá hecho su campaña para los comicios continentales convirtiéndose en el líder que hizo frente a la ola reaccionaria que recorre el mundo. El 9 de junio todo este paripé habrá terminado.