Estamos entre la última subida del precio del dinero del BCE y el temor ante una nueva subida de tipos de la Reserva Federal. Y estamos tan obsesionados por la inflación -la verdad, no me extraña- que conviene aclarar un par de cosas.

Por ejemplo. La inflación no se combate con tipos altos sino produciendo más. No es la ley monetaria la que nos afecta en este caso sino la ley de Say, oferta y demanda.

Verbigracia: no se trata de ahorrar energía sino de producir más energía. El precio de la energía ha subido por escasez en la oferta, no porque el precio del dinero estuviera en negativo o casi. Suben los alimentos... ¿y cómo podemos extrañarnos si Occidente lleva 50 años subvencionando a los agricultores no para que produzcan más sino para que produzcan menos?

Los alimentos suben porque Europa lleva 50 años con la PAC. La energía sube porque nos dedicamos a ahorrar energía en lugar de producirla

Por tanto, hacen bien los bancos centrales en aumentar el precio del dinero... pero no para bajar los precios, aunque ese sea el deseado efecto final, sino para reducir el océano de liquidez en el que se desarrolla la economía mundial desde hace 40 años. Un exceso de liquidez que devalúa todos los factores de la producción en toda la economía mundial. 

El BCE y la Reserva Federal hacen bien, quien hace mal son los gobiernos europeos, prohibiendo el consumo de energía y, al mismo tiempo, cerrando proveedores de energía, como los reactores nucleares. Los que hacen mal son los eurócratas de Bruselas, quienes,  en lugar de permitir que cada agricultor siembre lo que le venga en gana, les prejubilan a los 50 y les pagan para que no trabajen, para que no produzcan, provocando, encima, una desertización en buena parte de Europa y fastidiando al Tercer Mundo, que no puede subvencionar su agro. 

La economía es una ciencia triste, siempre empecinada en el melancólico ahorro y nunca en el hermoso consumo. Los economistas, gente indeseable que te dan a elegir entre lo malo y lo peor

Hay que subir los tipos pero los precios no bajarán por la simple subida de tipos. Estamos ante la viejísima, casi la única, ley económica inapelable, la ley de la oferta y la demanda, formulada por el francés Jean-Baptiste Say (1787-1832). Ha llovido mucho desde entonces pero es como la ley de la gravedad de la doctrina económica: nadie ha osado impugnarla... aunque algunos aseguran que Say no era más que un copión de Adam Smith. Pero en eso no entro, no estudié economía, ciencia triste, siempre empecinada en el melancólico ahorro y nunca en el hermoso consumo.

¿Y los economistas? Pájaros de mal agüero que vaticinan desgracias y siempre dan a elegir entre lo malo y lo peor. Lo que tenemos que hacer es producir más y repartir mejor, no ahorrar. Tenemos que crecer, no mutilarnos, y el dinero, instrumento de cambio y liberador de deudas, sí tiene que tener un precio... para que todo nuestro trabajo y nuestra propiedad no se devalúe.