La paz se ha firmado, pero, recordando el libro de Emilio Romero o la película de León Klimovsky, de 1960, la paz empieza nunca. Así ha quedado la batalla emprendida en Merlin Properties por su presidente no ejecutivo, Javier García-Carranza, contra el fundador y consejero delegado, Ismael Clemente, que no iba a consentir la destrucción de su obra.
El caso es que García-Carranza, representante del Santander, máximo accionista con el 22,4%, no calculó bien sus fuerzas y se encontró con el rechazo de los consejeros independientes y del equipo directivo de la socimi al completo, que amenazó con marcharse con Clemente si no era renovado como CEO.
García-Carranza ha tenido que dar marcha atrás, pero es una falsa paz y ambos bandos se han dado como plazo la próxima junta general de accionistas, que en 2020 se celebró a mediados de junio.
¿Cuál era el plan de García-Carranza? Sacar a Merlin de bolsa -dejaría de ser una socimi- y que buena parte de los activos de la compañía fueran a parar a los fondos del Santander que, de este modo, ingresaría por doble vía: por las comisiones de los fondos y por la rentabilidad de esos activos. En definitiva, ganaría más dinero, aunque a costa de cargarse la socimi y probablemente la inversión de miles de pequeños accionistas que metieron su dinero para obtener una rentabilidad casi segura, casi un complemento a su jubilación, vía dividendos, como adelantó Hispanidad.
De momento no habrá movimientos. García-Carranza seguirá como presidente no ejecutivo y Clemente como CEO. Al menos hasta la junta de accionistas.