Lo decía el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Jerome Powell, en la ciudad portuguesa de Sintra: hay que bajar la inflación aunque esto provoque recesión.
A ver si nos entendemos: hasta hace pocos días, sólo algunos chiflados, por ejemplo Hispanidad, se atrevían a hablar de recesión en España. El lenguaje oficial era, incluso, triunfalista -bueno, en el caso de Nadia Calviño lo sigue siendo- y sólo la inflación disparada, que dificulta llegar a fin de mes, y el derrumbe de algunos sectores han popularizado la palabreja.
La bolsa norteamericana ya lo advierte: el primer semestre de 2022 ha sido el peor desde 1970 y el quinto peor desde 1929
Pero veamos a qué tipo de virus nos enfrentamos.
De entrada, es recesión más inflación, o sea, estanflación, un fenómeno rarito, porque la subida de precios suele llegar por el recalentamiento de la economía.
Urgente cambiar el mercado laboral: despido libre, impuestos bajos, salarios dignos
En segundo lugar, pagamos las consecuencias de la irresponsabilidad de los políticos occidentales desde hace dos décadas y en especial desde el derrumbe de tipos y el océano de liquidez, acentuado desde 2016. Un océano de liquidez que, por de pronto, ha devaluado el conjunto de la economía mundial por exceso de dinero y que, además, ha posibilitado que los políticos occidentales no hayan dejado de aumentar su endeudamiento. En España ya estamos en el 120% del PIB.
Y urgente mejorar la productividad, reindustrializar España, reducir la deuda y retrasar la edad de jubilación
Pero empecemos por el final: la recesión que viene supone el fin del Estado del Bienestar, en el que se han desarrollado nuestras vidas desde, pongamos 1960, es decir, tres generaciones. Eso de que el Estado se ocupe de ti desde la cuna a la tumba va a dejar de ser una realidad.