Ya no será suficiente con medir el nivel de liquidez y el capital fully loaded -como si fueran los niveles de un coche-, sino que los bancos españoles en particular y los europeos en general, tendrán que añadir una rutina más a su ya amplísima burocracia: el nivel de sostenibilidad o cambio climático.
Efectivamente, la locura del calentamiento mental -perdón, calentamiento global- se ha instalado ya en las entidades financieras que en 2022 tendrá que hacer frente a los test de estrés climáticos del BCE.
“Para ayudar a nuestros clientes, personas y empresas, en todo el mundo en esta transición (verde), necesitamos datos mejores y comparables”, ha afirmado este martes Ana Botín, durante la apertura de la Conferencia Internacional de Banca, organizada por el Santander. “Necesitamos planificación y marcos regulatorios a largo plazo para la transición a bajas emisiones de carbono: incentivos y desincentivos regulatorios claros y coherentes”.
“Necesitamos bancos y mercados de capitales que puedan proporcionar la financiación que impulse esta transformación y el crecimiento que traerá consigo. Para eso es fundamental una regulación global que permita financiar la gran transición”, ha señalado.
El Santander se ha puesto con entusiasmo a la cabeza de la manifestación en la que también participan el resto de entitdades. “En 2030 dejaremos de prestar servicios a clientes con más del 10% de sus ingresos procedentes del carbón térmico y eliminaremos toda exposición a la minería de carbón térmico para cumplir con los compromisos de París”, ha afirmado la presidenta del banco.
Esa es, precisamente, la otra cara del mensaje: los bancos se han convertido -o van camino de ello- en los gorilas del cambio climático: si contaminas -siguiendo criterios muy científicos, naturalmente- no te doy financiación aunque sea para un proyecto que implique la creación de puestos de trabajo.
La banca del futuro será digital… y climática.