José Luis Escrivá, ministro de Seguridad Social, empieza a resultar un tipo curioso. Su departamento ha emitido días atrás un comunicado que se supone pretende ser un éxito cuando sólo representa un grandísimo fracaso. El titular del mensaje oficial es el siguiente: “Los beneficiarios del Ingreso Mínimo Vital superan los dos millones ". Escrivá es un converso al credo de la subvención, una especie de mundo al revés donde la subvención deja de ser una excepción para convertirse en regla, de tal forma que el quehacer de un gobierno deja de ser el de crear empleo y se convierte en crear salarios... a cambio de nada.

Personalmente, me atengo a lo de Pablo de Tarsoel que no trabaja, que no coma. Ya son dos millones de españoles los que cobran del Ingreso Mínimo Vital (IMV)… pues eso es malísimo.

La caridad, forzosa jamás funciona: no sólo resulta un agravio comparativo respecto al que trabaja 40 horas semanales, sino que crea un país de vagos fijos-continuos

El desastre Nadia Calviño-José Luis Escrivá ha convertido al país en una economía subvencionada... y en una España de vagos. Una subvención jamás debe darse a cambio de nada. Entre otras cosas, porque supone un agravio comparativo para quien se gana el pan con el sudor de su frente, pero también, ojo al dato, porque habituamos a la gente a recibir de los demás, de la sociedad, algo sin ofrecer nada a cambio. No me preocupa que el Gobierno otorgue todas las subvenciones que quiera, incluso si, como en el IMV, se trata de obtener un voto cautivo: lo que me preocupa es que acostumbre a una sociedad a vivir del vecino, a convertirse, en suma, en un país de redomados egoístas.

Además, la caridad, forzosa, jamás funciona, porque la tendencia natural de la mayoría social es a oponerse, en nombre de la justicia distributiva.

La mejor subvención pública son las ayudas a la natalidad porque ahí sí que la mujer otorga a la sociedad lo que ésta más necesita: hijos. Y con gran esfuerzo por su parte

En resumen, pague usted todos los IMV que quiera, pero exija al receptor, el padre de la familia receptora, que cuide ancianos, limpie las calles de pintadas o atienda al dependiente. Lo que sea, menos recibir algo a cambio de nada.

Por el contrario, la mejor subvención pública son las ayudas a la natalidad porque ahí sí que la mujer otorga a la sociedad lo que ésta más necesita: hijos. No es un regalo, es una contraprestación por lo que más necesita la España vacía: hijos.

Eso por no hablar del efecto llamada que el Ingreso Mínimo Vital supone para el peor inmigrante: aquellos que vienen a España, no para salvarse del desastre de sus países de origen a cambio de colaborar con el país que les acoge sino para vivir de las subvenciones públicas sin dar palo al agua.