Es terrible: he descubierto que soy un negacionista de la brecha salarial de género, justo castigo a mi recalcitrante perversidad en negar la existencia de lo inexistente.
Pero ya ven, a la economista Claudia Goldin le han dado el Premio Nobel por sus estudios sobre la brecha de género salarial. Una brecha que, por cierto, más parece una reivindicación feminista, ideológica, que una realidad.
Ahora toca escandalizar: la brecha salarial entre hombres y mujeres no existe. A igual trabajo, igual salario, entre otras cosas porque casi el 90% de los salarios viene prefijado por convenio, no digamos nada en el sector público.
La mujer no está discriminada por el machismo sino por la maternidad. La edad fértil de la mujer coincide con las primera etapas de su vida laboral, el tiempo en el que se compite por ascender, por situarse, frente al varón.
Si tienes hijos, la mujer queda varada en esa competición. Ahí sí está discriminada pero se trata de una discriminación natural. Y no sólo por la maternidad sino también por la crianza, porque, aunque al varón se le den horas de lactancia eso no ayuda a la mujer justo en la edad donde más cruda es la competencia.
El resto de la diferencia salarial se explica porque el hombre hace más horas extra que la mujer porque la mujer es fundamental durante los primeros años de la vida del bebé por más que en el Ministerio de Igualdad se empeñen en lo contrario. Pero esa es una brecha natural, ¡bendita discriminación!
Pero como tantas otras mentiras feministas, de tanto repetirla puede convertirse en verdad.
En cualquier caso, la brecha salarial existe pero no es fruto del machismo sino de la naturaleza.
No obstante, las discriminaciones naturales también deben compensarse con la maternidad, la mujer ofrece a la sociedad lo que la sociedad más necesita, personas, entre otras cosas para pagar las pensiones.