En España hay dos tipos de personas: los que creen que la economía va mal y los que creen a Pedro Sánchez y a su vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño. Los primeros mencionan los informes del Banco de España, mientras los segundos se remiten a las repetidas declaraciones de la titular de Economía. No es que España no vaya mal, es que va fenomenal y creciendo más que el resto de Europa, aunque sea después de caer más que nadie en 2020.
El sector bancario está en el primer grupo y, aunque los banqueros no son infalibles, dan por seguro que habrá desaceleración e, incluso, recesión, esto es, dos trimestres seguidos con el PIB en negativo. Todo en un contexto de subida de tipos que el BCE podría acelerar si la inflación se mantiene en los actuales niveles, provocando movimientos sísmicos en la economía sobre los que hablaremos luego.
La caída, sin embargo, no se notará hasta el último trimestre del año y será de manera leve. Algo parecido sucederá con la morosidad: el sector prevé que bajará en el corto plazo y que terminará el año con un leve repunte. Lo más duro llegará durante 2023, el año que el sector tiene remarcado en rojo a pesar del optimismo patológico de Calviño.
La banca lleva años suspirando por abandonar los tipos de interés negativos y ahora que ha llegado, temen que la subida sea demasiado acelerada y provoque tensiones de liquidez. Conviene tener en cuenta que las hipotecas de nueva creación son a tipo fijo en una promoción de 7 de cada 10 frente a las variables. Si el BCE sitúa los tipos, por ejemplo, al 5% y las hipotecas están a un fijo del 1,5%...
¿Podemos hablar, en cualquier caso, de crisis de deuda? La banca lo tiene claro: el problema no son las familias -están menos endeudadas que la media europea- ni las empresas -están al mismo nivel o ligeramente por debajo de las del resto del Continente-, sino el Estado, endeudado hasta las cachas. Y el interés del bono español de referencia (10 años) ya está en el 2,85%... y subiendo.