La plantilla del BBVA no ha empezado el curso escolar como otros años. En esta ocasión, el comienzo del otoño está marcado por el ERE que afectará a 2.935 empleados, pero que recibió 2.281 peticiones más, hasta alcanzar las 5.216 solicitudes.
La desafección de la plantilla nunca había alcanzado cotas tan elevadas como en la actualidad. Porque a esos 2.281 trabajadores que se quedan muy a su pesar, hay que añadir el impacto que produce el hecho de saber que, en realidad, el objetivo del banco es reducir la plantilla en 11.200 empleados en tres años, tal y como adelantó Hispanidad.
Los que no han podido salir ahora esperan poder hacerlo en el próximo ERE y, al menos, con las mismas condiciones, y los que no quieren marcharse se resignan a la idea de que les puede tocar, si no en el siguiente, en próximos ajustes que se llevarán a cabo hasta completar las 11.200 salidas.
La plantilla ha pasado del cabreo inicial, cuando el banco anunció el ERE, a una desconexión total de la entidad. Trabajar sí, y con la máxima profesionalidad, pero el espíritu de pertenencia a un grupo se ha desvanecido. Ahora se trata de cumplir el expediente y esperar turno de salida.
Y mientras, el presidente Carlos Torres, calificado de traidor por los trabajadores tras su discurso en la Junta General de Accionistas, se mantiene en un discretísimo lugar, tan discreto que prácticamente ha desaparecido. Lo mismo que el CEO, Onur Genç, a quien Torres exigió mantenerse lejos de la negociación del ERE.