Hace unos días, ha sorprendido el escándalo de sobornos de Catar a Europa, que ya ha pasado a conocerse como ‘Catargate’ y en el que también está implicado Marruecos. Dicho escándalo ha salido a la luz como un nuevo caso de corrupción socialista, pues la eurodiputada griega Eva Kaili ha sido detenida y cesada de su cargo, y otras tres personas permanecen detenidas: su pareja, el italiano Francesco Giorgi; el exeurodiputado italiano Pier Antonio Panzeri y un lobista belga. Pero el asunto aún no se ha cerrado y podría haber más detenciones, claro que el país árabe también debe ser castigado. Lo que debemos preguntarnos es ¿por qué Catar soborna a Europa? La respuesta es muy sencilla, porque no quiere que el viejo continente explore y extraiga el gas que tiene en su suelo.
El país árabe lleva años haciendo lobby para que la Unión Europea no apruebe explotaciones de gas natural ni tampoco apueste por la extracción mediante fractura hidráulica (también conocida como ‘fracking’), y siga teniendo gran dependencia del exterior y por ende, pagando a precio de oro las importaciones de dicho hidrocarburo. En la UE existen más de 13 billones de metros cúbicos de reservas de gas no convencional (también llamado shale gas o gas de esquisto y que se extra mediante ‘fracking’) técnicamente recuperables, según datos de 2013 del Instituto Federal de Geociencias y Recursos Naturales (BGR) de Alemania. Es decir, unos 13.000 bcm, según la unidad de medición estándar que se utiliza y toma el nombre de las siglas en inglés de billion cubic metres.
La UE se ha querido poner un traje muy verde apostando fuertemente por las energías renovables más que por sus propios recursos: muchos países han prohibido el ‘fracking’, pero desde que empezó la guerra en Ucrania y bajó el suministro de gas ruso, se han disparado las importaciones (en especial del caro GNL, que en gran parte se extrae con ‘fracking’ en EEUU)
Esto no es baladí, porque la UE consume anualmente unos 400 bcm de gas natural, pero claro la técnica de la fractura hidráulica supone obtener hidrocarburos atrapados en capas de roca a gran profundidad (esquistos), que se rompen utilizando agua, arena y elementos químicos a alta presión, y muchos han aludido a problemas medioambientales para frenar su desarrollo en suelo europeo. Entre ellos, los verdes alemanes protestaron fuertemente hace unos años, y también recibieron ayuda desde Rusia, y en 2017, la entonces canciller alemana, Angela Merkel, prohibió el ‘fracking’ en el país. A esto se suma que la UE se ha querido poner un traje muy verde apostando fuertemente por las energías renovables más que por sus propios recursos de gas e incluso llegando a renunciar a la nuclear (una energía limpia y estable, que no depende de factores meteorológicos) en muchos casos, pero también ha caído en la hipocresía: muchos países (Alemania y España, entre ellos) han prohibido el ‘fracking’, pero desde que empezó la guerra en Ucrania y descendió el suministro de gas ruso a causa de las sanciones, se han disparado las importaciones de gas (en especial de gas natural licuado -GNL-, que cuesta más del doble que el procedente de gasoducto y que en gran medida se extrae mediante ‘fracking’ por ejemplo en EEUU). De estas importaciones no sólo está sacando tajada el país que preside Joe Biden, que ha llegado a convertirse en el primer proveedor de España relegando a Argelia a la segunda posición; sino también otros muchos países: Catar (de hecho, es el sexto proveedor de nuestro país -aportando el 3,3% entre enero y noviembre-, acaba de firmar un gran contrato de suministro con Alemania a partir de 2026 durante 15 años y al mismo tiempo ha aprovechado el Mundial de fútbol como maniobra de distracción para fiirmar otro acuerdo histórico con China), y otros países también enviarán más gas a Europa (por ejemplo, Australia, Egipto, Israel y Azerbaiyán).
No hay que perder de vista que en el continente europeo hay tres grandes productores de gas natural: Noruega, Reino Unido y Países Bajos. Con la guerra y la crisis energética, algunos países se han planteado hacer cambios respecto a la exploración y producción (Hungría, Italia, Rumanía o Eslovaquia), Países Bajos tiene un proyecto con Alemania para una perforación en el Mar del Norte que lleva años esperando permisos y se empezará en 2024, y Alemania ha disparado el uso del carbón, aunque la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha pedido a los 27 Estados miembros que no den marcha atrás en su esfuerzo de reducir a largo plazo el uso de combustibles fósiles. En España, la Ley de Cambio Climático y Transición Energética impide la exploración y explotación de hidrocarburos no convencionales y de minerales radioactivos como el uranio y teniendo en cuenta que a la vicepresidenta ecológica, Teresa Ribera, solo le gustan las energías renovables no se esperan cambios, a pesar de que algunos estudios científicos apuntan a que en nuestro subsuelo hay 1.000 bcm de gas de esquisto: los ingenieros de minas y el Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) los ubican en zonas de: Asturias, Cantabria, País Vasco, el área de Burgos en Castilla y León, la zona surpirenaica (La Rioja y parte del Pirineo Catalán), la cordillera Bética, la parte baja del río Guadalquivir.
Al parecer, los pobrecitos europeos no hemos tendido el concepto de soberanía energética. Los norteamericanos sí.