Raventós Codorníu cerró a finales de junio su último ejercicio con una facturación bruta aproximada de 215 millones de euros, lo que supone haber vendido un 20% más respecto a 2020-2021.
Además, su facturación justo antes de pandemia alcanzó los 193 millones, repartida casi al 50% entre cavas y vinos.
El ebitda supuso alrededor de 28 millones de euros, un 40% más.
Casi dos tercios de su negocio se concentra en España. Y ha aumentado un 19% sus exportaciones, sobre todo a Estados Unidos, Reino Unido y Japón.
“Hemos crecido en todos los mercados y en todas las unidades de negocio”, dice Sergio Fuster, primer ejecutivo, quien considera que “la apuesta por el valor de Raventós Codorníu está funcionando”. “Estamos liderando el crecimiento del cava de gama alta”.
De cara al actual ejercicio, Fuster aventura un crecimiento superior al 10% tras constatar que las ventas aumentaron un 14% en el primer trimestre (de julio a septiembre) y ante la expectativa de una buena campaña navideña. “No estamos viendo un impacto de la inflación sobre la venta de cava”, señala el CEO, quien sitúa entre el 5% y el 7% el alza de precios aplicada como consecuencia del aumento de los costes.
Fuster opina que el final de la etapa de Carlyle en la compañía “no está cerca” y asegura que el accionista mayoritario “ve potencial en el proyecto”. El grupo tiene el 68% y la familia Raventós, el 22%.
En junio de 2018, Hispanidad contó que Codorníu era otra empresa que perdía su españolidad por disputas familiares. Se repetía la historia de Freixenet, pero en esa ocasión con el fondo estadounidense Carlyle como comprador.