Rentabilidad, digitalización, reducción de plantilla, cierre de oficinas… los retos de la banca para los próximos trimestres son muchos y variados, pero hay dos de los que no se habla: la presencia de los fondos en el accionariado y el futuro de los medios de pago.
Blackrock es el primer accionista del Santander (5,4%) y del BBVA (5,9%) y, además, posee el 3,2% de Caixabank, el 3% de Bankia y el 3,3% del Sabadell. Es el fondo más expuesto a la banca española, pero no es el único ni mucho menos. La nómina es muy amplia (Norges Bank, Artisan Partners, Sanders Capital…) y prácticamente imposible de reproducir porque muchos de ellos son fondos de fondos, con participaciones muy pequeñas repartidas en las entidades.
No son, por lo general, activistas, pero tienen el peso suficiente como para exigir que se tomen en cuenta sus opiniones. El caso más flagrante del poder de estos fondos lo vimos con el fichaje fallido de Andrea Orcel por el Santander. La hoja de ruta de los Blackrock y compañía consistía en poner a uno de los suyos -el banquero italiano- y arrebatarle el control del banco a Ana Botín.
Estos fondos tienen la habilidad, además, de ganar mucho dinero mientras los bancos reducen sus cuentas de resultados. BlackRock, por ejemplo, ganó un 10,1% más en 2020 (4.068 millones de euros) mientras el BBVA lo redujo un 36,1% y Caixabank un 19%. Ni siquiera la pandemia hizo mella en su negocio: cobrar comisiones independientemente del éxito, o no, de la inversión. Además, el dinero que invierte no es suyo -no asume riesgos- y todo al margen de la supervisión bancaria y de una manera opaca. Por algo se les conoce como banca en la sombra.
Por arriba los fondos y por abajo los medios de pago, ahora ampliados con el pago por móvil. Es decir, los bancos, además de acuerdos con Visa y Mastercard para no perder el control del negocio, deben sellar y mantener alianzas con gigantes tecnológicos como Google, Apple o Samsung. Y con los que vengan detrás.