La expectación era máxima ante la penúltima rueda de prensa de Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo. Christine Lagarde le sustituirá el 1 de noviembre, lo que convertirá en histórica la comparecencia del mes de octubre. Ningún motivo para el alboroto: la exgerente del FMI seguirá los pasos del italiano, lo que nos asegura el derrumbe definitivo del negocio bancario, el apuntalamiento de la crisis económica en Europa y, lo que es aún peor, la irresponsabilidad de los Gobiernos del euro, que inundarán el mercado de deuda y endeudarán a las familias, que tendrá que pagarlo en un par de generaciones.
Lo que nos ocupa ahora, sin embargo, es el relato de los hechos. Como es habitual, antes de la rueda de prensa, el BCE lanzó un comunicado con las medidas que había adoptado. Inmediatamente después, los bancos españoles despertaron de su letargo y comenzaron a subir en bolsa como si no hubiese un mañana. Incomprensible, a todas luces, porque en la nota no había nada que pudiera alegrar a las entidades. Los tipos de interés siguen por los suelos y, además, el BCE subió el coste de los depósitos para la banca privada que deposita el dinero en el BCE, del 0,4% al 0,5%. Además, la compra de deuda pública y privada por valor de 20.000 millones de euros al mes.
Lo dicho, como para echarse a llorar, porque, aunque se empeñe el Banco de España, la AEB o el mismísimo Luis de Guindos, los tipos de interés negativos no son buenos para el negocio bancario, ni a corto ni a medio plazo ni, mucho menos, a largo.
La euforia inicial, sin embargo, duró poco, y fue entonces cuando algunos comenzaron a hablar de la “legra pequeña” del anuncio del BCE. ¿No será que el mercado vio un 0,5% y pensó que Draghi había subido los tipos? Sea lo que fuere, lo que ocurrió el jueves 12 de septiembre nos lleva a preguntarnos si los mercados son idiotas o son histéricos. O las dos cosas al mismo tiempo.