La ecología ha hundido a la humanidad en la miseria. Uno comprende que decir esto es atentar contra el corazón de lo políticamente correcto, por lo que estoy condenado al fracaso. Pero es lo que tiene la verdad: se presenta siempre, no como inaceptable hoy, sino como inaceptable para siempre jamás... hasta que la necesidad nos haga caer del guindo descubriremos, una vez más, no sólo que no podemos vivir en la mentira sino que, además, la mentira nos conduce a la miseria. 

Hablamos sobre las renovables y las subvencionamos, pero seguimos utilizando el carbono... porque no queremos morirnos de frío ni de miseria

Empezando por el final, digamos que vivimos en una estúpida era ecologista y que esperamos el día en que la verdad se abra camino, como suele hacerlo la verdad; de sopetón. Siempre, eso sí, pasando por el punto de inflexión, que es éste: cuando nos demos cuenta de que la ecología nos ha arruinado.

Antes de esa hora habrá ensayos de certeza. Uno lo estamos viviendo ahora mismo: tras dos años con una crisis energética disparada, mucho antes de que Putin invadiera Ucrania, nos encontramos con que, a medida que llega el frío del otoño-invierno en el hemisferio norte, que es el que dirige el mundo así como el más poblado, el precio de la energía se mantiene altísimo y, en ocasiones, prohibitivo. Y ahí tenemos a nuestra Teresa Ribera, y a nuestro Pedro Sánchez insistiendo en que las renovables son la solución, aunque son las renovables las que nos han conducido a la miseria actual. Es más, la sociedad entera clama por la protección al planeta, y por la adoración a la diosa Gaia -la madre tierra, la Pachamama- cuando es la servidumbre de la buena madre tierra la que nos ha llevado a la postración actual. Y todo ello se resume en una simple frase: claro que hay que cuidar al planeta, pero exclusivamente para que nuestros hijos continúen esclavizando a un planeta creado por Dios, como todo el universo, exclusivamente -insisto, exclusivamente- para disfrute, esquilme y explotación del hombre. 

Otro efecto secundario de la imposición verde es que nos hemos olvidado de producir energía: ahora nos conformamos con ahorrarla

Ahora volvamos al otoño de 2022. Lo que los ecologistas ocultan o ignoran se puede resumir en cuatro palabras: lo verde es carísimo. Traducido a diciembre de 2022: la culpa de la subida de luz la tiene la ecología. Sí, la ecología. 

Por negar este principio hemos caído en la leyenda. Ejemplo: el hidrógeno, verde o no verde, no puede ser la energía del futuro simplemente porque producirlo cuesta un potosí, porque es una material inestable y porque, oiga, tampoco es como para tirar cohetes. La energía del futuro es la energía nuclear de fusión, es decir, la energía del sol. Sabemos de su intensidad y eso debería bastarnos, pero lo que no sabemos es cómo controlarla una vez que la ponemos en marcha. Si hubiésemos dedicado más investigación, lo sabríamos, dado que hace 50 años escuché que en cincuenta años tendríamos energía nuclear y ahora lo seguimos fiando para los próximos 50. Claro, como que hemos abandonado la investigación sobre la energía de fusión nuclear, la energía definitiva. 

En el entretanto, cometemos la solemne estupidez de subvencionar las carísimas energías renovables pero seguimos utilizando el carbono... porque no queremos morirnos de frío ni de miseria.

Y un último efecto secundario de la imposición verde es que nos hemos olvidado de producir energía: ahora nos conformamos con ahorrarla.