Le tocó la peor hora, después del almuerzo, y con esa intención, la de evitar que el auditorio bostezara, Tomás Pascual tomó la palabra este lunes, en el XXVI Congreso de la Empresa Familiar, que se celebra en Bilbao. Nada más lejos de la realidad, Pascual fue, hasta ese momento, el empresario más aclamado del evento, por su mensaje y por su modo natural y hasta discreto de exponerlo. Más que en un auditorio, parecía estar hablando en el salón de su casa con unos amigos.
Su intervención no versó sobre cuentas de resultados ni estrategias empresariales, sino sobre la relación familiar, con sus dificultades, que las tuvieron, y las turbulencias para llevar a cabo la sucesión y asegurar las sucesivas sucesiones, valga la redundancia. El mensaje principal, que puede sonar algo cursi, pero que en el contexto de la intervención no lo fue: para lograr “el equilibrio entre la empresa y la meritocracia es imprescindible el amor”, afirmó.
Tras su éxito, el siguiente ponente, Mané Calvo (en la imagen), lo tuvo complicado. El CEO de Grupo Calvo reconoció que ellos no habían cuidado tanto la relación familia-empresa como Pascual y admitió que la cosa se va complicando a lo largo de los años. “Cada generación es más difícil”, afirmó, porque se va perdiendo el arraigo.
En definitiva, en la empresa familiar es tan importante la profesionalidad como la relación entre los miembros de la familia que nunca deben olvidar que son eso, familia. Eso es imprescindible.