20 aniversario
V. Cómo acabar con el periodismo digital: por suicidio o por homicidio
El lunes dijimos que con la WWW habíamos logrado pasar del oligopolio vegetal al pluralismo digital. El martes recordamos que la libertad del periodismo electrónico es algo evidente: el poder puede controlar a cuatro grandes multimedia, pero no a cuatrocientos sitios de Internet ni a miles de blogueros.
Anteayer reparamos en que la información no debe ser rigurosa sino verdadera, y que el rigor no es más que el disfraz que los poderosos colocan a sus mentiras. Ayer jueves advertíamos contra el peligro de mezclar información y publicidad, sobre todo, en los medios tradicionales. En Internet, el peligro no llega cuando la publicidad se ve sino cuando no se ve.
Sólo queda saber cómo acabar con el periodismo digital, con ese nuevo periodismo independiente, tan molesto para los poderosos. Se puede atacarle vía suicidio o vía homicidio.
Empecemos con la eutanasia. Dos maneras de suicidarse: el pensamiento débil y la cobardía del anonimato. Ya percibo en algunos medios digitales la tendencia a imitar a sus hermanos ancianos, la prensa vegetal, así como a los medios audiovisuales, a costa de confundir pluralismo interno y externo. El pluralismo externo es bueno, se trata de que haya periódicos de todos los credos, ideas e ideologías. El alabado pluralismo interno es pura esquizofrenia.
Un medio tiene que tener un ideario por la sencilla razón de que toda persona debe tener un ideario. Y ser coherente con él. Como recordara Benedicto XVI, el gran teórico contra el relativismo, el hombre que no obedece a sus propios principios obedece a sus cambiantes deseos y caprichos. El relativismo predica tolerancia, pero encubre lo que hoy llamamos pensamiento débil… que no es pensamiento en modo alguno.
Dicho de otra forma, el pluralismo interno nos lleva al pensamiento débil, donde la gente, el periodista, se muestra tolerante porque lo mismo le da ocho que ochenta. Y a la postre, lo del viejo dicho: Lejos de mí el funesto hábito de pensar.
El segundo suicidio de esta nobilísima y jovencísima realidad del nuevo periodismo es el anonimato, la gran cobardía de Internet. Cualquier miserable puede calumniar, injuriar, destrozar vidas y haciendas apoyándose en el anonimato de la red. Nunca me ha gustado Anonymous: son unos cobardes. Un periodista debe poder decir lo que le venga en gana, pero, antes de abrir la boca, debe identificarse. El DNI digital en la boca, por favor.
Vamos con el otro peligro, el del homicidio, para el nuevo periodismo… y para el antiguo también, aunque en este segundo caso a lo mejor es eutanasia, dada su longeva edad y su estado agonizante. El tipo de asesinato más claro de cuantos se vislumbran en el horizonte es el nuevo invento de la progresía: los delitos de odio. En España -aunque están cundiendo por todas las legislaciones-, se llama artículo 510 del Código Penal, elaborado por Zapatero y contempla pena de hasta tres años de cárcel (ampliados a cuatro por Rajoy). ¿Por que? Por atacar lo políticamente correcto: ideología de género, homosexualismo, feminismo, propiedad pública, etc.
Traducido: por incitar al odio o a la violencia contra colectivos que, casualmente, son muy susceptibles. Por ejemplo, el lobby homosexual y el lobby feminista. Así, pueden meter en la cárcel al periodista políticamente incorrecto y encima sin gastarse un duro, porque el gasto corre por cuenta de la Fiscalía, es decir, de todos los españoles, incluida la propia víctima.
Créanme: en materia de atentado contra la libertad de prensa, los delitos de odio dejan en nada el tradicional ataque judicial contra los medios informativos: las demandas por calumnias o atentados contra el honor. Al menos, aquí cuenta la 'exceptio veritatis'. En los delitos de odio no: la verdad importa un pimiento porque el derecho se ha vuelto subjetivo: es un juicio de intenciones contra el periodista. Y la libertad de expresión tampoco puede ser invocada: lo que importa es que has denigrado a un colectivo de piel fina, es decir, a un colectivo convertido en lobby. A partir de ahí opera la retranca castellana para definir a un susceptible: no me importa que me llamen Pepe, pero me molesta el retintín con que lo dicen.
Traducido: si quieres hundir a la prensa independiente demándala por un delito de odio, lo que no deja de ser el viejo delito de opinión vigente en las dictaduras aplicado a lo políticamente correcto en el siglo XXI. Llegará un momento en que no se podrá decir nada porque alguien, no sabrás donde, se sentirá denigrado.
Hace unas semanas, la firma de ordenadores HP, también muy políticamente correcta, sacó un anuncio con el eslogan "30 años de Internet". En Hispanidad ya llevamos 20 de esos 30. Los cumplimos el próximo domingo, 20 de marzo de 2016.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com
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