Durante la transición, el PSOE le tuvo mucha manía al taxista: decía que era de derechas. Y tenía razón. Entre los taxistas figuraban los trabajadores autónomos, gente muy productiva porque sabe que no puede ponerse enfermo ni vaguear: si no trabaja, no cobra. El taxi era de su propiedad y había que rentabilizarlo como fuera. En cualquier caso, a la izquierda no les gustan los autónomos: tienen espíritu de empresario, no de proletario, que es donde funciona ese tufillo demagógico que constituye una de las señas de identidad de la izquierda.
Los taxistas parecen no haberse dado cuenta de que la mayoría de sus clientes no votan a Podemos
Pero los tiempos han cambiado y hoy muchos de los taxistas, al menos en las grandes ciudades, no son propietarios, sino que trabajan para el propietario (este es el cáncer) de varias licencias. Es decir, que se han proletarizado, como UBER o Cabify.
Bueno, lo de UBER y Cabify es mucho peor, en cuanto han pervertido la condición de autónomo, que ya ahora es propietario del vehículo, pero corre con todos los riesgos pues sus ingresos dependen de la plataforma, es decir, del capitalista. Es el propietario asalariado más tonto de todos.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es que en esta segunda huelga salvaje del taxi, con los mismos líderes excéntricos y arrogantes de la primera, los huelguistas se han puesto a insultar y a amenazar. Ya hay heridos, además de muchos enfrentamientos y la cosa puede ir a más.
Arrastrados por estos líderes atrabiliarios –y seguimos con eufemismos– los taxistas se han podemizado y, en el mejor estilo de Podemos, han tomado a los ciudadanos por rehenes, lo que se ha hecho perder el favor de sus clientes que, por cierto, no suelen votar a Podemos.
Y el Gobierno Sánchez se lava las manos
Amenazan con cerrar fronteras, paralizar la economía y, sencillamente, hacer daño a otros sectores productivos.
Y el Gobierno Sánchez, tranquilo: es tan descentralizador nuestro ejecutivo que ha decidido traspasarles la patata caliente a comunidades autónomas e, indirectamente, a los ayuntamientos.
Es lo que tiene el régimen de las autonomías. Cuando no sabes cómo arreglar un problema, promueves un traspaso o reconocimiento de competencias a las CCAA y que se las arreglen como puedan: ¡Es genial!
Mientras tanto, los taxistas han perdido lo más importante que tenían: el apoyo del pueblo. Madrid, ciudad de visita y gestión, se ha convertido en ciudad de turistas arrastrando maletas por las calles. Toda esta gente le queda muy agradecida al taxista… por segunda vez. Los capitalistas de UBER y Cabify y compañía esperan sentados a que les traigan su victoria en las manos. Y encima, suben sus tarifas… que es precisamente lo que están haciendo.
Adiós, taxista. Fue bonito mientras duró, mientras fuisteis propietarios autónomos, no acaparadores de licencias con proletarios a vuestras órdenes... que no a las órdenes del cliente.