El proceso adelantado por Hispanidad continúa.
Ocurrió en El Paraguas, ese restaurante madrileño que se ha convertido en un centro de negocios paralelo, el pasado vienes 29. Un muy activo consejero de Prisa, bien relacionado con Joseph Oughourlian, el portavoz, sólo eso, de Amber Capital, compartía mesa y mantel con Luis Enríquez, CEO de Vocento, y con Teodoro García Egea, secretario general del PP.
No tenía un micrófono debajo de la mesa pero no hay que ser muy listo para explicar el motivo. Ya lo hemos predicho: el CEO de Vocento, Enríquez, con el apoyo débil, sólo débil, de las dos ramas de la familia Ybarra, accionistas de referencia de Vocento, trata de evitar el desastre intentando introducirse en el pacto entre la familia Bolloré, propietaria del gigante francés Vivendi y La Moncloa.
Intentemos resumirlo, que no es fácil. Los Bolloré se comprometen a salvar, a mantener activos, la SER y El País, y de postre el ABC a cambio de los dos canales de Net TV, hoy alquilados a Disney y Paramount.
Ojo: El País, La SER o el ABC no interesan a Bolloré: dos canales de TV en España sí que le interesan: es su negocio. Y de paso, conseguimos salvar El País y la SER, a mayor gloria del PSOE y a mayor gloria del PP, en el caso del ABC.
Dos cuestiones:
¿Habría un solo país en Europa, por ejemplo, la Francia de los Bolloré, que cediera el primer diario de España y el tercero que es, además, el de más solera?
En segundo lugar, ¿puede fusionarse un periódico de izquierda y otro conservador en una misma empresa? Por supuesto que si. ¿Acaso no saben que todos los diarios son constitucionalistas? Pues eso. Lo cierto es que se puede hacer, otra cosa es que se deba.
Eso sí, Vincent y Cyrille Bolloré, padre e hijo, valoran si el precio por entrar en España acaso no es demasiado alto.
Y lo más importante; todos estos intentos no son más que una inmensa chapuza. Lo cierto es que la prensa española no es culpable de su crisis mayúscula. A lo mejor fue cuando entró en Internet por lo tarde que reaccionó, pero no en el momento presente, cuando el monopolio Google ejerce de parásito -vive de las noticias de los demás, porque no crea noticia alguna-, ladrón (roba a la prensa) de publicidad digital, la única publicidad que queda, y, encima, últimamente, censor de la prensa a la que exige pulcritud (‘my money, my life’) política o, de otra forma, le margina en su índice de búsqueda.