El 29 de septiembre celebramos la festividad de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. El viernes 2 de octubre a los santos ángeles custodios. Al pueblo, para entendernos.
La figura de los ángeles resulta harto interesante, porque el gran agujero intelectual -el mayor de todos, quiero decir- de la moderna generación consiste en su incapacidad para comprender lo que es un espíritu.
Espíritu y materia. El espíritu es lo que no tiene ni principio ni fin, aquello que no ocupa espacio, lo que no puede cambiar ni disgregarse, aquello que por tanto no puede morir.
El hombre es una mezcla de cuerpo y espíritu, de lo material y lo inmaterial.
La prueba es sencilla: la materia está en cambio continuo. Si eres un adulto, ni una sola de tus células es la misma que 10 años atrás. Si eres un bebé, ni una sola de tus células es la misma que 10 semanas atrás. Sí, también las neuronas o al menos la composición química de las mismas, nacen y mueren.
Por tanto, hay algo que no cambia, que permanece, que se opone al cambio continuo de la materia. Tú sigues siendo el mismo, con tu nombre, tu identidad, tus recuerdos… que cuando eras un niño. Pues bien, a ese algo que permanece, que no se muda, es a lo que llamamos espíritu. ¿Y a qué se dedica? Pues se dedica a conocer y, en su caso, a amar u odiar.
Vamos, que los hombres somos anfibios formados por algo material y algo inmaterial, cuerpo y alma. El alma, lo inmutable, es eso mismo a lo que los filósofos llaman espíritu, los psicólogos, personalidad; los moralistas, conciencia; los médicos, consciencia; los poetas, sensibilidad. Es lo que en el lenguaje común se entiende por el corazón, aunque el corazón-víscera resulte algo de lo más material.
Además, si sólo fuéramos materia, ésta, en continuo cambio, sin ningún soporte, colgada en el vacío… tras comerme un chuletón, al menos en parte, me habría convertido en vaca.
Por tanto, el espíritu existe. Prescindir de él es como pretender explicar el café con leche con la leche y sin citar al café. Vamos mal. Explicar al hombre como cuerpo, como algo exclusivamente material (por ejemplo, con la memez de que somos lo que comemos) es olvidar que la vida de la personas constituye una tensión permanente entre el espíritu y la materia, entre el alma y el cuerpo, Sin que esto suponga, que quede claro, una minusvaloración del cuerpo, parte sustancial de la persona. Minusvalorar el papel de la materia en la existencia humana, supone un esnobismo aristocrático que acompañó desde el inicio al gnosticismo, una de las herejías más peligrosas, que la Iglesia lleva condenando desde el siglo primero.
Ahora bien, si existen seres materiales, sin espíritu, ¿por qué no podría haber ángeles, es decir, seres con espíritu y sin materia? No son seres alados, son seres que conocen, que aman, u odian, seres libres (la libertad radica en el espíritu), de la misma forma que existen seres mezcla de algo material y algo inmaterial. Es decir, los animales y el hombre. Con una diferencia: el alma del hombre es la única alma, por racional, libre.
Hasta ahora no he hablado de Dios, sólo de espíritu, de algo que no se puede medir, pesar, ni contar y que no puede ser abordado por la ciencia empírica.
Sí, los ángeles existen, porque la principal prueba de la existencia de espíritus soy… yo mismo. El problema no está en los ángeles, el problema está en que hace un tiempo que dejamos de pensar en el origen de la cosas y sólo reparamos en sus consecuencias. En otras palabras, sólo en lo que vemos.
Porque de la conclusión de la existencia del espíritu se derivan muchas otras conclusiones. Por ejemplo, sobre el espacio que un espíritu no ocupa y el tiempo que no experimenta porque el tiempo no es otra cosa que la duración de lo mudable. Es decir, sin espacio, no hay tiempo.
Y saben una cosa: este tipo de razonamientos no eran ajenos a cualquier hombre clásico o medieval. Pero para nuestro avanzado siglo XXI… suena a chino.
En cualquier caso, que sepan que los espíritus existen: esto está ‘petao’.