Último balance: 3 muertos y 11 heridos. Al parecer, un fanático musulmán, de los muchos que anidan en Francia y Bélgica, se puso a disparar indiscriminadamente en la ciudad-sede del Parlamento europeo, en Estrasburgo, cruce de caminos entre Francia y Alemania, los dos novios del fracasado, al menos por el momento, hogar europeo.
Un día antes, el presidente Emmanuel Macron sublimaba su amor a Francia hasta cometer el error en el que incurren tanto la izquierda como la derecha europea en un mundo donde las identidades pesan más que las ideas: pensar que la democracia puede sustituir a Dios.
Ni la democracia ni los valores cívicos pueden sustituir a la trascendencia
Y las personas que, por el fanatismo islámico, no pudieron regresar a sus casas y se vieron recluidas en polideportivos e institutos, comenzaron a cantar la Marsellesa, el himno de la revolución burguesa de Francia.
Se trata de un himno enraizado lo que hoy llamaríamos valores cívicos. Pero los valores, o son morales o no son valores y, además, o se sustentan en una cosmovisión o duran menos que un caramelo a la puerta de un colegio.
El civismo es una moral menor, necesaria, sin duda, pero superficial. El hombre es un ser racional y, por tanto, para vivir precisa de un espíritu de trascendencia que ni la democracia, a fin de cuentas, un sistema político, ni el civismo y la buena educación, un modo de vida, pueden ofrecer.
Europa necesita regresar a sus orígenes, volver a Cristo
El hombre no necesita un modo, sino un modelo de vida. En definitiva, para poder hacer frente al fanatismo musulmán, la Europa cristiana necesita regresar a sus orígenes, volver a Cristo. La Marsellesa no basta, nunca ha bastado. Si Francia vuelve al regalismo laico, acabará sucumbiendo al fanatismo musulmán o al sincretismo progresista. Ante el primero, porque el islámico cree en algo; ante el segundo, porque su adocenamiento desesperado no necesita creer en nada para languidecer.