El mismo día. Miércoles 27: la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, se lleva las manos a la cabeza porque las cifras dicen que el suicidio anda disparado en España. Los últimos datos oficiales (ya podían ser más rápidos en las estadísticas) aseguran que en 2017 se suicidaron 3.679 españoles y que el crecimiento anual supera el 3%.
Curiosamente, ese mismo día, Pedro Sánchez, durante su presentación de un programa político enloquecido, insistió en implantar la eutanasia, es decir, el suicidio asistido. Al parecer, es una gran desgracia esto de que la gente se suicide, pero constituye un gran avance democrático el que a la gente ‘le suiciden’.
El Gobierno Sánchez tiene la solución: clasificar el suicidio como patología mental y dulcificar la cuestión: no son cobardes, son enfermos
Y aún más ‘regocijantes’ resultan las soluciones que ofrece la ministra socialista, María Luisa Carcedo, para evitar la primera causa de muerte no natural (mentira también: la primera causa de muerte no natural es el aborto). Ojo al dato con las propuestas de mi paisana Carcedo:
1. El nominalismo progresista: cambiarle el nombre de las cosas pensando que así se modifica su naturaleza. Carcedo quiere que el suicidio pase a ser considerado una enfermedad mental. No un acto de cobardía y de ingratitud ante la vida que nos ha sido dada, sino una enfermedad mental.
Se trata de evitar el fondo del problema: la gente se quita la vida porque le falta una razón para vivir
Pues no: el suicidio es una cobardía y una ingratitud. La gente se suicida por desesperación, porque no le encuentra un sentido a la vida y porque se niega afrontar la vida. Otra cosa es que esa cobardía degenere en depresión, que también tiene algo de egoísmo. La prueba es que la depresión es una enfermedad de países ricos.
2. Un teléfono contra el suicidio, lo que supondrá un buen registro de deprimidos… y poco más.
Quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo
3. Un ejército de psicólogos, como si la psicología pudiera dar un sentido a la vida. El psicólogo puede explicar por qué ocurren las cosas, pero no evitar que ocurran desgracias. El psiquiatra puede afrontar, además de la psíquica, la parte fisiológica de la depresión mediante el uso de fármacos, pero ni el uno ni el otro pueden cambiar al hombre.
Pero un Gobierno progre como el de Pedro Sánchez, que ha renunciado a darle un sentido a la vida y que, como buen cristófobo se conforma con pasar por la vida, tampoco tiene otra solución contra el suicidio. Eso sí podrían darse cuenta de la contradicción que supone plantear un plan de lucha contra el suicidio y al tiempo promulgar la eutanasia o suicidio asistido.
Y al fondo, la frase de Viktor Frankl: quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo.