La despedida –larga despedida será, me temo-, del conservador Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea coincide con el castigo del Europarlamento a la Hungría de Viktor Orban, en la que han colaborado los eurodiputados españoles de izquierda y derecha.
Castigo hipócrita porque no se margina al Gobierno húngaro por su política migratoria (si así fuera, habría que condenar a España, a Austria y a muchos otros), sino porque el de Budapest es uno de los dos gobiernos europeos –Polonia y Hungría, no quedan más- que aún aplican una política de principios cristianos, en especial el principio del derecho a la vida y la lucha contra la ideología de género (feminismo y homosexualismo, principalmente).
Juncker, el conservador del paraíso fiscal luxemburgués, se despide con un discurso antinacionalista… que esconde un deseo de hegemonía económica sajona
Esta es la clave del momento: la Europa pagana no puede aceptar los principios constitutivos del Continente europeo, que son principios cristianos. Por eso, la despedida de Juncker ha sido un alegato contra los nacionalismos y los populismos. Y es bueno alegar contra ellos, peor la alternativa de J. C. Juncker -el hombre de los paraísos fiscales, es decir, del fraude fiscal legalizado- no es la recristianización de Europa, sino el globalismo capitalista. En su caso, una globalización hecha a imagen del poderío sajón, especialmente alemán. Juncker es luxemburgués, un fundador de la Unión Europea… y un paraíso fiscal que ha entorpecido todo tipo de justicia social desde la fundación de la Unión, hace ahora 70 años. ¡Váyase en buena hora, señor Juncker!
Que su sustituto sea, o bien un recién llegado de los antiguos países del bloque comunista o bien un sureño.
Es decir, alguien alejado del globalismo capitalista anglosajón. Porque quien ha sufrido la tiranía comunista o el declive económico mediterráneo, sabe más de libertad que los pomposos habitantes de la nueva Aleuropa (Alemania rigiendo Europa) que solo predican el capitalismo, que no liberalismo, y la libertad de trato, que no las libertades individuales.
Viktor Orban es mucho más europeísta que Jean-Claude Juncker, que Pedro Sánchez o que Angela Merkel. Precisamente porque es cristiano (que no católico).
Al final, resuena el grito de Juan Pablo II en Santiago de Compostela: Europa, sé tú misma, recupera tus raíces cristianas. Le faltó añadir: o la Unión Europea de diluirá. Que es lo que está ocurriendo. Y los populismos son causa, que no consecuencia.