El paripé ha concluido. Tras la firma del acuerdo definitivo entre PSOE y ERC podemos concluir que Pedro Sánchez ha entregado España a comunistas (Pablo Iglesias) e independentistas vascos y catalanes, a cambio de permanecer un rato más en La Moncloa. Y a lo mejor se trata de un rato largo porque no conviene olvidar -como olvidan los multimedia españoles- que lo único que une a la nueva alianza que soporta al Gobierno Sánchez, lo único en lo que coinciden personajes tan ‘diversos’ como Sánchez, Iglesias, Colau… con los independentismos vasco y catalán es en su cristofobia. Los unos son ateos cristófobos y los otros son cristófobos regalistas, que han convertido el cristianismo en un elemento más de la nación catalana o de la nación euskalduna.
Conste que esto lo inventaron los revolucionarios franceses: se le llama Iglesia patriótica y es una mercancía que sólo compran los nuevos centralistas, estilo Arturo Pérez-Reverte, convencidos de que el oscurantismo clerical español es la causa de todos nuestros males, que los independentismos vascos y catalán tiene cuño carlista-clericaloide y que, en resumen, todo se arregla con una bombilla de 220W, llamada Ilustración, Por ejemplo, la bombilla de don Arturo.
Pedro Sánchez les concede todo a los separatistas catalanes y vascos con tal de mantenerse en La Moncloa
En cualquier caso, el cáncer de España se llama PSOE. Sánchez ha dejado el país en manos de personajes como Torra, Junqueras, Ortúzar u Otegui, ahora renacido. El líder del PSOE, el líder político más pagado de sí mismo con el que nunca haya contado la democracia española, les concede todo a los separatistas catalanes y vascos con tal de mantenerse en un sillón del que habrá que sacarle con agua caliente.
Para justificarse, los socialistas, y algunas formaciones de derecha tonta, aseguran que han roto el frente indepe, entre ERC y la antigua Convergencia. Como si las diferencias de clase entre Juntos por Cataluña y los republicanos de Ezquerra no fueran otras que el ritmo tasado de cada uno de ellos hacia la independencia… o hacia no se sabe qué.
El paripé ha terminado. Sánchez estaba dispuesto a ceder hasta el final y así lo ha hecho. Piensa que, una vez investido, podrá dar marcha atrás en sus promesas. Lo cierto es que se ha dejado jirones de votos a su derecha y a su izquierda. Por tanto, tratará de alargar su Gobierno, si fuera posible, toda la legislatura. Recuerden que el PSOE perdió 750.000 votos entre junio y diciembre.
El paripé ha terminado: la Operación Borrell queda para 2021… si es posible
También ha destrozado el PSOE. De repente, el extremeño Vara o la andaluza Díaz se han vuelto sanchistas y apoyan ahora el acuerdo con la extrema izquierda del que hace poco abominaban. No cabe duda: este Sánchez se ha convertido en una verdadera termita.
En cualquier caso, mientras llega el derrumbe de este pacto antinatural, los que más deben preocuparse son los católicos. Insisto: en lo único en lo que coinciden socialistas, comunistas y separatistas es en su cristianofobia. La ejercerán desde el día uno.
Y la Operación Borrell queda para 2021… si es posible. Y recuerden: la operación Borrell no consistía en entronizar a Borrell sino en amenazar a Sánchez con hacerlo si no regresaba a la cordura. Se trataba de recentralizar España orillando la locura y la caradura independentistas. Lo que, antes o después, pasaba por una reforma electoral que dejara de privilegiar a los nacionalistas, que anulara, en resumen, el hecho de que un voto en Soria valga como cuatro votos en Madrid.
Lo que está claro es que en España tenemos un cáncer, llamado PSOE. Y una metástasis avanzada, llamada Pedro Sánchez, que nos sumerge en el mundo marxista con una llamada -tiene bemoles, la copla- a la moderación.
No obstante, recuerden que un país no evoluciona según lo hace su clase política, sino según lo hace su población. España puede aguantar a una clase política cutre mientras mantenga sus valores cristianos. El problema es que no los está manteniendo ni mucho menos implementando. El cáncer de España se llama Pedro Sánchez pero su problema es la descristianización de los españoles, descristianización… que les hace perder su identidad.
La solución -también política- no es que Sánchez vuelve a la razón sino que los españoles vuelvan a Cristo.