No es un ningún secreto que la solidaridad es una degeneración del amor. El amor es recio, exige coraje porque exige la entrega de uno mismo, mientras la solidaridad no deja de ser un sucedáneo cursi de la donación, heredera directa del “le acompaño en lo sentimiento”, de funerales y exequias, que no sirve de nada y acompaña poco.
Lo progre es hoy la solidaridad y aún más la fraternidad un invento masónico que olvida la verdad palmaria de que no hay hermano sin padre.
¿Acaso los cristianos nos hemos vuelto progres, ergo cursis?
Y el amor más recio de todos es el amor del cristiano a Cristo. Ahí no valen horteradas ni cursilerías. Ahora bien me temo que los hombres en esta etapa postcoronavirus, donde hemos querido afrontar la muerte sin fe, por tanto sin esperanza, nos hayamos vuelto aún más progres y aún más cursis. En otras palabras, temo que muchos hayan olvidado cómo tratar a Dios.
Así que tras el Covid-19, bueno será recomenzar de nuevo. Católicos: ¡Abandonad vuestras casas, salid a la calle, perded el miedo!
La solidaridad progresista no es más que la herencia melosa del funerario “le acompaño en el sentimiento”
Porque el peligro es que nos hayamos vuelto progres… ergo cursis.
Ya saben, tan cursis como Pablo Iglesias que pretende pagar con dinero público el traslado de la mascota.