De Freixenet a Codorníu, con un denominador común: el riesgo de que una empresa española que deja de serlo por disputas familiares. En el primer caso, ocurrió con el desembarco de la alemana Henkell (50,75%). En la segunda puede pasar si no hay un acuerdo entre los accionistas.
De momento, está interesado el fondo americano de capital riesgo Carlyle se ha acercado con ese fin al grupo catalán a través de algunos de sus accionistas minoritarios. La cuestión ha llegado al equipo directico, con la convocatoria del consejo, que preside Mar Raventós, aunque para detener, de momento y por mayoría, el apetito del fondo.
El apetito de Carlyde está en “una oferta no solicitada” que choca con la mayoría de los Raventós
Ahora bien, el fantasma no se esfuma, aunque la de Carlyde es “una oferta no solicitada”, admitida por el propio Ceo, Javier Pages, entre otras cosas porque hay accionistas que quieren vender por falta de liquidez -coartada que aprovecha Carlyle-, al tiempo que sigue una debilidad en las ventas, el grupo se ha visto obligado a una reestructuración y a prescindir de algunos negocios por falta de rentabilidad.
De momento, Unedeco baraja como posible opción un socio externo que pueda asumir la parte que puedan abandonar esos socios minoritarios con problemas o a la espera de un dividendo que no crece, sino mengua. El papel de ese socio, sin el apellido Codorníu, sería invertir y apoyar la estrategia de la empresa. De igual modo, también están buscando un director general desvinculado de la propiedad familiar.
Entre los pequeños accionistas, los hay que quieren vender, descontentos o por falta de liquidez
En el caso de Freixenet, fue el gigante alemán Dr. Oetker quien se hizo con el control a través de su filial vinícola Henkell. La rama de los Hevia Ferrer vendió su participación (29%) junto a tres de los cuatro hermanos Bonet Ferrer (21,7%). El 49,3% restante, mientras, sigue en manos de la rama Ferrer Noguer (42%) y de José Luis Bonet (7,25%).
El parecido con el grupo Codorníu es claro con el control que ejercen las cinco ramas de la familia Raventós, aunque de los 216 accionistas minoritarios no todos piensan lo mismo. Algunos no vieron con buenos ojos el traslado de la sede social de Sant Sadurní d’Anoia (Barcelona) a Haro (La Rioja), decidido por el consejo de Unedeco, el administrador único de la compañía de cava, tras el referéndum independentista del 1-O, entre otras cosas porque en la familia también hay simpatizantes con la causa separatista.
Ante el boicot a la marca, optaron por el realismo, pero no fue una decisión fácil, al contrario, porque la bodega lleva implantada desde 1551 en Cataluña, con muchas generaciones de la familia detrás, que nunca tomaron una medida en ese sentido.