Consejo de Ministros del viernes 2 de noviembre. Sale a escena la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, una mujer que siempre dice la verdad, nada más que la verdad, pero no toda la verdad. Y así, cachondona ella, cuando un periodista le recuerda que Pedro Sánchez sí dijo que lo de Cataluña era rebelión, responde muy seria, que cuando lo dijo no era presidente. En efecto, le quedaban días. Entonces, días antes, lo de Cataluña era delito de rebelión, pero ahora es sedición y, además, Calvo no niega que Sánchez les haya prometido a los independentistas el indulto.
Por las mismas, miente la ministra de Justicia, Dolores Delgado, cuando asegura que la abogacía del Estado no se ha visto forzada por el Gobierno a reducir el delito de rebelión a sedición. Eso sí, la Fiscalía, cuyo informe venía forzado por las circunstancias, sí ha mantenido el delito de rebelión.
O sea, que el paripé catalán continúa. Al final, Sánchez necesita los votos de los separatistas al igual que necesita los votos de los proetarras. Por tanto, los separatistas acabarán aprobando los Presupuestos y el Gobierno acabará indultando a los políticos catalanes presos.
La obsesión del Gobierno: ¿dónde metemos a Franco, el presunto enaltecido?
Pero ese no era el tema le día, no señor. El tema del día era… Franco. El “dictador”, el innombrable, la “página más negra de la historia de España”, el “bochorno de la democracia española” dijo Calvo, que hoy ha batido todos los récords de pedantería con su apotema filosófico de las “consecuencias causales”. Y esto es bello e instructivo porque si es consecuencia, no lo duden, es causal. Es más: las causas provocan consecuencias desde el principio de los tiempos. Y si no creen a doña Carmen, pregunten al gran Aristóteles y al no menos grande Aquinate.
Total, que le han dicho el Vaticano que no se opone a la exhumación de Franco pero al Gobierno tampoco le gusta que se entierre en la catedral de la Almudena. Se tiene que enterrar -no sé si se acuerdan que murió hace 42 años- en “algún lugar decoroso y privado donde no se le enaltezca”.
Donde no se le enaltezca. ¿Y si alguien se empeñara en enaltecerle?
Porque para que lo entiendan: lo que de verdad quería contarnos nuestra mentirosota comecuras era su entrevista con el secretario de Estado Vaticano, Pietro Parolin, aunque le ha llamado mentirosa –también– por lo de la presunta negativa de la Iglesia a que fuera enterrado en la Almudena.
Ahora bien, enaltecer a Franco se le puede hacer en cualquier lugar si alguien lo pretende. Y en un lugar privado más, dado que en mi casa hago lo que me viene en gana. Incluso enaltecer a Franco.
Y la gran mentira: las inmatriculaciones. Según Calvo, Parolin está por la labor de negociar… ¡otra desamortización! ¿A que no?
Pero la cristofobia no acaba ahí. Carmen Calvo, vicepresidenta mayor del reino, es un impresionante exponente de quien dice la verdad, nada más que la verdad, pero no toda la verdad.
Nos informa de que el Cardenal, como ella le llama, Pietro Parolin (a ver si otra vez la desmiente) le ha dicho que está dispuesto a hablar de que la Iglesia, desde un punto de vista fiscal, es una “pieza disonante e incoherente”, ergo, está obligada a pagar sus impuestos como todo el mundo. La verdad es que la Iglesia carece de privilegios fiscales y cuando preguntas estás hablando del famoso IBI… que no paga la Iglesia, pero tampoco las ONG, los partidos políticos, el Gobierno, las comunidades autónomas, los clubes de futbol, etc.
Pero la clave está en que la vicepresidenta sabe perfectamente que la Iglesia es una insitución con muchísimo patromonio y escasísima liquidez. Colabora mucho con la economía, sobre todo, abaratando la educación y cuidando del patromonio histórico: ¿qué sería del turismo urbano sin el arte religioso? Y el IBI, aquí está la mentira de Carmen Calvo, es un impuesto sobre el patrimonio que sencillamente arruinaría a la Iglesia (lo que no ocurriría con el PSOE que, al revés que la Iglesia, no vive de sus militantes).
Y llegamos al punto culminante. El Gobierno no solo quiere asfixiar económicamente a la Iglesia, también quiere robarle, con el famoso asunto de las inmatriculaciones. Aquí la generosidad con el embuste se amplía dado que se critica la forma, el modo de inscripción que propuso José María Aznar pero que evita el fondo de la cuestión una verdadera desamortización. Para entendernos, lo que pretende el Gobierno es que las catedrales, templos, etc… no sean de la Iglesia porque no los tenía apuntado a su nombre. Y asegura doña Carmen que Parolin también está dispuesto a negociar esto: Mientes Marcelino y tú lo sabes.