Cuando el conoravirus pase (y pasará, no por la política del Gobierno sino cuando nuestro cuerpo le derrote y una vacuna lo prevenga) es posible que se recuerde la rueda de prensa de los ministros Salvador Illa (Sanidad) y del titular de Investigación, Pedro Duque, acaecida a las 13,15 horas del viernes 20 de marzo. Telemática, ‘of course’.
En ella, una parte de las preguntas formuladas y la mayoría de las que se quedaron sin hacer alentaban un mismo mensaje: más dureza en el enclaustramiento forzoso, que ha convertido cada hogar español en una cárcel. Más multas, más sanciones, más reprobación social, con los sambenitos de irresponsabilidad de “me estás matando”.
Pero es el mismo ambiente que se vive en la calle, donde no hace falta policía para exigir la vuelta al redil de cualquier oveja que se atreva, aunque sea mínimamente, a poner en solfa el Estado de Alarma, a pesar de constituir un verdadero liberticidio contra el que urge la rebelión.
De nada sirve que se dispare el desempleo y aumenten las detenciones de quienes no soportan el enclaustramiento: el pánico al virus se impone
Un espectáculo: medios y ciudadanos clamando al Gobierno más dureza, hasta el punto de que ese mismo Gobierno, por boca del ministro de Sanidad, Salvador Illa (ya conocido en Madrid como ‘el alegre’) se vio obligado a recordarle a los poseídos por el Síndrome de Estocolmo que las medidas impuestas en el decreto sobre el Estado de Alarma -¡publicado en el BOE hace seis días!- se contaban entre las más drásticas de Europa.
Al parecer, nos gustan las cadenas si creemos -falso- ¡que nos aportan seguridad. O bien, y me temo que es lo que emana todo esto deseo de confinamiento forzoso y creciente, es que el pueblo español, y los medios españoles como portavoces suyos, tienen un paralizante miedo a la muerte que empieza a rebasar cualquier tipo de miedo medianamente racional.
En mi humilde opinión la raíz de este miedo a morir, ahora concretado en el coronavirus, tiene algo que ver con la llamada secularización de España, que nadie tiene de siglo ni de seglar, sino de pérdida de la fe… en seglares y clérigos.
En Moncloa vuelven por pasiva el significado de estos hechos. Eso significa que el pueblo aplaude la política de Pedro Sánchez
Internet se ha llenado de mensajes y montajes de ánimo que apelan a la historia y a la valentía que siempre ha caracterizado, y así se le ha reconocido, al pueblo español. Pero ya se sabe que “excusatio non petita, accusatio manifesta, en este caso de cobardía o, lo que es peor, no mejor, de desesperanza. ¿Se ha vuelto cobarde el pueblo español?
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De nada sirve que se dispare el desempleo y aumenten las detenciones de quienes no soportan el enclaustramiento: el pánico al virus se impone. El coronavirus es un reto para la economía cierto, pero la política aplicada, de supresión de la movilidad y de quiebras forzosas de pymes y autónomos, es un flagelo que nos lleva a la ruina. Dicho de otra forma, el coronavirus es la causa de la crisis pero no el culpable. La culpable es la reacción de una clase política… y de toda una sociedad.
En Moncloa vuelven por pasiva el significado de estos hechos. Eso significa que el pueblo aplaude la política de Pedro Sánchez. ¡Ole!
¿Se ha vuelto cobarde el pueblo español ante la muerte? Eso parece, como parece estar relacionado con la pérdida de la fe en Cristo. No sé otros países pero parece claro que, privado de sus raíces cristianas y de su devoción a Santa María, el español no sabe cómo reaccionar y empieza a correr sin rumbo.
¿Se ha vuelto cobarde el pueblo español? Eso parece, como parece estar relacionado con la merma de su fe en Cristo
Es cuando a la cobardía le empezamos a llamar prudencia y a la coherencia, locura. Pero todavía podemos levantarnos, podemos volver a Cristo.
Sí, hay que excluir a queines no se dejan llevar por la melancolía ni por la desesperación ni a aquellos que, por razón de oficio, le ven la cara a la enfermedad y le hacen frente, pero me temo que la generalidad...
Para los españoles la vida es eso que viene antes de la muerte, dijo Ernesto Hemingway que acertó sin entender. El católico que se juega la vida no es porque le guste la muerte: es que tiene un maestro que sabe cómo salir del sepulcro.