Ocurrió en la tarde-noche del jueves 18, durante la rueda de prensa-lavado de cerebro de la ministra de Sanidad, Carolina Darias, el inefable Fernando Simón y la directora de la Agencia Española de Medicamentos, la alegre cientifista María Jesús Lamas.
Hispanidad pregunta a la ministra durante cuánto tiempo harán efecto las vacunas que se administran y cuándo volveremos a la normalidad. Por ejemplo, cuándo podremos quitarnos el bozal (perdón, mascarilla).
En su línea, cuando a Carolina Darias no le gusta una pregunta envía el balón a córner. En este caso, hacia la titular de la Agencia Española de Medicamentos, María Jesus Lamas, otra cientificista que, cuando no sabe algo, recurre a la muletilla favorita de los cientifistas: la ciencia lo puede todo pero esto todavía no lo ha averiguado. Faltan ensayos clínicas y en próximas investigaciones sabremos más aunque si no lo sabemos se investigaría más. Es decir, como el viejo cartel de las viejas tabernas: hoy no se fía, mañana sí.
Pedro Sánchez busca unos españoles sumisos, dispuestos a cumplir cualquier orden, por absurda que sea, para evitar el Covid
Pero en la otra pregunta es donde se les ve el plumero a los presentes. Darias se siente molesta si le preguntan cuándo vamos a quitarnos la mascarilla y el caballero Simón acude al quite: “antes de que responda la ministra quisiera hacer una consideración”. Y entonces se explaya sobre lo de que volver a la normalidad es aprended nuevos hábitos “como hemos aprendido en el pasado de otras infecciones”. Por ejemplo, nos dice el científico Simón: hemos “aprendido a no comer del mismo plato”. Esto, sin duda, nos consolará.
Y Simón se explaya en su “consideración” hablándonos de que... no habrá vuelta a la tal normalidad, no se trata de que “uno que tenga una enfermedad respiratoria tenga que salir a la calle a contagiar a otro”, un argumento de lo más científico. Traducido: en los planes del Gobierno Sánchez, el mismo que ha fracasado en su lucha contra el virus, nunca jamás volveremos a la normalidad.
A renglón seguido, la ministra Darias asegura que ya se ha respondido a la pregunta y da por cerrada la rueda de prensa. Es lo que se llama rostro pétreo canario.
Por el miedo a la muerte hacia el totalitarismo político. Lo de este virus supone una manipulación que sólo es posible en una España sin fe
Eso sí, Simón, a lo mejor para evitar la imagen de enterrador que le acompaña desde febrero, asegura que este panorama sombrío, este futuro aterrador, sólo apto para pusilánimes, no consiste en “imponer prohibiciones”. Pues sí, señor Simón, se trata precisamente de eso. Y sólo caben dos interpretaciones sobre su negativa: o es usted tonto o nos toma usted por tontos.
Para entendernos, cuando Simón, biotipo cientifista del sanchismo, nos dice que una persona con problemas infecciosos no debe salir a la calle lo que nos está diciendo es que, en sus planes enloquecidos, lo mejor, por razones sanitarias, ‘of course’, es que ninguna persona salga la calle por ningún motivo: Jamás volveréis a la normalidad… ¡malditos!
Lo cierto es que Carolina Darias y Fernando Simón esperan y desean eternizar el castigo del coronavirus: en lugar de quitarnos el bozal, nos animan a “aprended otros hábitos”. Es decir, a llevar siempre el bozal hasta morirnos con él. O sea, los hábitos del esclavo.
Al virus no hay que evitarlo, hay que matarlo. Sobre todo, si el precio que pagamos por evitarlo -y no está claro que lo evitemos- es la libertad
En resumen: Pedro Sánchez busca unos españoles sumisos, dispuestos a cumplir cualquier orden, por absurda que sea. Por el generalizado pánico al Covid, esto, que parecía impensable antes de marzo, es ahora perfectamente posible, probable y plausible. Y Sánchez lo está aprovechando a fondo.
El camino que sigue España en el momento actual se condensa en pocas palabras: por el miedo a la muerte hacia la tiranía política. Una manipulación que sólo es posible en una España sin fe.
Todo ello partiendo de un dogma muy extendido entre la clase política, la clase médica y -mucho más preocupante- me temo que entre todos los españoles: evitar al virus.
Pero al virus no hay que evitarlo, hay que matarlo. Sobre todo, si el precio que pagamos por evitarlo -y ni tan siquiera está claro que lo evitemos- es la libertad.
La frase pronunciada por una mujer anónima a la que ya he citado varias veces, ya en el negro mes de abril, sigue siendo cierta, hoy más que nunca: “para vivir así, prefiero el virus”.
¿Qué hay que cuidarse? Por supuesto, pero sin caer, ni en esclavitud ni en la mentira. Sorbe todo, porque, insisto, al virus hay que vencerlo y matarlo, como siempre se ha hecho con todos los virus, precisamente porque es más fácil derrotarle que esconderse de él. No es un ejército invasor, es un virus. Segundo: no obsesionarse porque sabemos más de cómo neutralizarlo que de cómo evitar la trasmisión.
No nos volvamos locos, por favor. Y sí, el miedo enloquece.
Y es cierto que esta tiranía sanitaria no hubiera sido posible en una España arraigada en su fe cristiana, que ofrece esperanza y confianza en Cristo. Es lo que tiene la descristianización: siempre conduce a la tiranía.