Cuando una sociedad atraviesa una tragedia colectiva, lo normal es que se replantee las preguntas primeras. Ya saben, el “de dónde venimos, quién somos y adónde vamos”. Los tiempos de peste han sido también tiempos de conversión, porque es cuando la muerte deja de ser algo posible y lejano para convertirse en algo probable y próximo.
Y esto es lo curioso del coronavirus que no ha propiciado conversión sino demencia. O al menos eso es lo que palpo ya que estudios rigurosos sobre esto son imposibles.
El móvil se ha convertido en nuestro dios. Pero es un dios que consuela poco
Sí, demencia. Locuravirus: en Madrid, puedo ir a comer, desde el sábado, con amigos a un restaurante pero no puedo invitar a casa a mi hijo casado, que no es conviviente.
Y la chifladura continúa. El móvil se ha convertido en nuestro dios. Pero es un dios que consuela poco. Sirve para enviar la última ocurrencia al amigo, a ser posible a las tres de la madrugada.
Espectáculo deprimente: un pueblo pide a sus dirigentes que le esclavice
Luego está un espectáculo especialmente deprimente: un pueblo pidiendo a sus dirigentes que le esclavice. Ojo, siguiendo los pasos de la falsa ecuación: más restricciones no previenen el virus. En España, país que atravesó una reclusión domiciliaria, contamos con más muertos por habitantes que cualquier otro de nuestro entorno. No tenemos ni idea de qué es lo que detiene el virus pero seguimos mutilando nuestras vidas.
Y ya puestos: ¿por qué no te dedicas a curar, es decir, a buscar tratamientos que funcionen, en lugar de a evitar al virus que no vas a poder evitar porque no sabes cómo hacerlo?
El mundo de la falsa ecuación: más restricciones no previenen. ¿Por qué no te dedicas a curar en lugar de a evitar?
La guinda: para vivir así prefiero el virus.