El siglo XXI se caracteriza por la consagración y puesta en práctica de un principio letal: la buena economía consiste en producir dinero en lugar de producir bienes y servicios. Es lo que san Juan Pablo II llamaba la financierización de la economía, es decir, una economía financista. Es un especie de espejismo global: si hay pobreza se le da a la máquina de hacer billetes y a otra cosa. Bueno, sólo los países poderosos, porque los billetes producidos por los débiles no valen un comino.
Vivimos sobre un océano de liquidez y estamos a punto de ahogarnos todos.
Todo empezó cuando Richard Nixon, en agosto de 1971, terminó con el patrón-oro. A partir de entonces, la cantidad de dinero en circulación se multiplicó en progresión geométrica.
Junto a ello nació una nueva clase económica, los monetaristas, encarnados en los bancos centrales. Exigieron independencia del poder político y la consiguieron, al menos en Occidente. Cuando el gobernador de un banco central habla de independencia se refiere a su propia autonomía respecto al poder político. Sin embargo, nada dice de que sus decisiones esclavizan a ese mismo poder político.
España como ejemplo. La pregunta es: ¿cuánto necesitaban nuestros padres para sacar adelante a su familia y cuánto -de más- necesitamos nosotros?
Mario Draghi se despide enorgulleciéndose de haber resistido las presiones, en clara referencia al Gobierno alemán. Así, se ha empeñado en situar los tipos, no a cero, sino bajo cero. Ahora bien, además de fomentar la irresponsabilidad de los gobiernos a la hora de emitir deuda -lo que endeuda a todos los europeos para un par de generaciones-, los tipos negativos, como decía recientemente el consejero delegado del Banco de Sabadell, ni ayudan a los bancos, ni ayudan a las familias... "la verdad es que, no sé a quién ayuda".
Los tipos en negativo son un sin sentido: devaluan el valor de toda la economía mundial (los productos no pueden crearse a la misma velocidad que el dinero), devaluan el precio del propio dinero y, atención, devalúan los salarios. Y todo esto no tiene nada de complicado, basta con que se hagan la siguiente pregunta: ¿qué salario tenían que cobrar nuestros padres para mantener dignamente una familia y qué salario necesitamos nosotros? Los clásicos achacarían esta disyuntiva a la inflación... ¡Pero si llevamos una década de casi deflación mundial!
Así que, señor Mario Draghi, usted no es la solución: usted ensancha el problema
Por lo tanto, hay que volver al patrón-oro, que limitaba el dinero que se podía fabricar, o a cualquier otro patrón de referencia, porque el océano de liquidez explica esa sensación general de que no oscilamos, como siempre ha ocurrido en la Historia, entre tiempos de bonanza y tiempos de crisis. Simplemente, vivimos en crisis permanente.
Así que, señor Draghi, márchese en mala hora.