El domingo 17 de mayo se celebra el Día Mundial contra la homofobia. Un año más el lobby gay insiste en que el vehículo de la homofobia consiste en la consideración de la homosexualidad como una enfermedad y al homosexual como un enfermo.
Pues no sé yo si hay muchos que consideran al homosexual como un enfermo. La Iglesia Católica, a la que parece que siempre se señala como homófoba, y el abajo firmante, como católico que es, no lo consideramos así. Es más, creemos que la homosexualidad no es una enfermedad sino una inmoralidad. Corrijo: la homosexualidad no es lo inmoral, lo que es inmoral son los actos homosexuales.
Así lo señala el catecismo cuando asegura que “los actos homosexuales son intrínsecamente graves” (punto 2357 del Catecismo de la Iglesia católica de 1992, actualmente en vigor). Nada de patología, pero sí de conducta inmoral. Ojo, y no habla de homosexualidad, sino de actos homosexuales.
Al mismo tiempo, la Iglesia asegura que “los homosexuales deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza”, al tiempo que exige evitar “respecto a ellos todo signo de discriminación injusta” (punto 2357).
Por tanto, y para que quede claro, la doctrina de la Iglesia no ha cambiado nada respecto la homosexualidad. Es lo de siempre: acoger al homosexual, no discriminarle en modo alguno… y deja claro que los actos homosexuales son inmorales, es decir, son pecado.
Es conveniente dejarlo claro ante la confusión reinante.