No soy muy clerical y presento una lamentable querencia al anticlericalismo, según aquel memorable pasaje de Giovanni Guareschi donde el forzudo párroco Don Camilo y el forzudo alcalde comunista Pepón se ven obligados a guardar ayuno en poca amable compañía:
-Tengo un hambre que me comería un cura crudo.
Don Camilo no respondió a la irreverencia porque él tenía tanta hambre que se habría comido un obispo.
Así que esto de escribir en defensa de los curas no es lo mío, mayormente, ni tan siquiera en el Día del Seminario que celebramos hoy… pero considero que resulta muy necesario.
La Iglesia tiene dos problemas: uno la división entre los presbíteros -y obispos- que creen en Dios y los que no creen. Y esto es bello e instructivo porque revela que los males de la Iglesia no están fuera, aunque lo parezca, sino dentro y en ocasiones -¡ay madre!- arriba.
El segundo problema consiste en que empiezan a faltar curas, tanto de los buenos como de los malos. Tanto los curas que Lenin aseguraba había que ejecutar cuanto antes por ortodoxos, como los curas progres del momento, a los que el gánster de Lenin aconsejaba que había que cuidar con mimo, porque eran los mejores aliados de la Revolución.
El problema es que el catolicismo es una religión social, cultural y sacramental, a la que la ausencia de sacerdotes… sencillamente asfixia
En el siglo XXI nos faltan los dos biotipos de cura. Y el problema es que el catolicismo es una religión social, cultural y sacramental, a la que la ausencia de sacerdotes sencillamente asfixia.
El titular de este artículo no me lo he inventado yo, sino un sacerdote jesuita, ya entrado en años, quien se dirigía, en una pequeña capital de provincias españolas a los miembros de una cofradía, justo en esos términos: Corréis el claro riesgo de morir como perros, sin un sacerdote al lado que os administre los últimos sacramentos… que no dejan de ser los primeros y los de siempre.
Y no hablo del Covid, donde, a pesar del sacrificio de muchos curas, que se han jugado -y a veces- han perdido la vida por consolar a los enfermos.
El día de San José es el Día del Seminario. Las vocaciones caen en picado. Hay diócesis y sobre todo, congregaciones religiosas, condenadas a la extinción por falta de relevo. Pero sobre todo hay falta de sacerdotes para administrar sacramentos. Y familias que, en lugar de cercenar vocaciones religiosas, las animen.
O si no, moriremos como perros. Hombre, para bien morir no es necesario el cura, pero ayuda mucho. Es un momento en que de poco sirve fardar de agnóstico.
Por el momento, los seminarios cierran por falta de público.