Algunos temen más las comparecencias del presidente del Banco Central Europeo (BCE), señor Mario Draghi, que las ruedas de prensa del Papa Francisco a 10.000 pies de altitud. Con la diferencia de que en las ruedas de prensa pontificias el problema es de interpretación, mientras en el caso del pontífice monetario el problema es lo que suelta por la boca, sin necesidad de interpretación alguna: de la boca del propio Draghi surge el temblor colectivo de la humanidad.
Y don Mario ha vuelto a decir que mantiene los tipos al 0%, dinero gratis para todos. Los adoradores del dios-mercado, nuestro Baal contemporáneo, repiten con entusiasmo que el BCE ha salvado al mercado colaborando con entusiasmo a ese océano de liquidez que impera en el mundo desde hace ya casi medio siglo, desde que desapareció el patrón-oro, y que supone la explicación de esa sensación universal de que los salarios cada día dan para menos y de que el incremento de la masa de dinero en circulación hace que, cada día que pasa, el producto de nuestro trabajo valga menos y se valore menos.
El miedo a una nueva crisis dispara la neurosis de occidente por la liquidez y, con ello, la tendencia a la crisis permanente
Y así, en cuanto surge un amago de crisis, los banqueros centrales, en especial los dos más poderosos la Reserva Federal norteamericana y el BCE, aplazan el siempre aplazado final de la época de tipos de interés negativos y echan más agua al océano de liquidez o más gasolina al incendio, según se mire, aunque, créanme, se trata de la misma cosa.
Alguien ha dicho la estupidez suprema de que mejorar la economía consiste en producir más dinero en lugar de en producir bienes y servicios para el bien común. Con ello se mantiene esa constante devaluación del conjunto de la economía mundial, que supone la creación de dinero barato o gratuito. O sea, lo de don Mario Draghi. Esto es, nos mantienen en crisis permanente.
Nunca se insistirá bastante sobre esta devaluación permanente de la economía mundial, producto del océano de liquidez en el que nos movemos
Pero, sin irnos tan lejos, las consecuencias inmediatas de lo que el señor Draghi dijera el miércoles 10, que no va a subir el precio del dinero por lo menos hasta 2020, produce dos efectos: dar alas a los políticos irresponsables, los que todo lo arreglan emitiendo deuda pública y endeudando a la generación presente y a un par de generaciones futuras (en España llevamos años en el bonito club de quienes deben tanto como producen) y quebrar bancos. Esto último no estaría mal si dejáramos quebrar a los quebrados (bueno, si que perderían: los grandes ahorradores y todos los accionistas), si no fuera porque las quiebras bancarias las pagamos entre todos los contribuyentes, a golpe de impuestos o de mas dinero fabricado sin ton ni son.
Y así, lo primero que ha hecho el secretario general del Tesoro con Pedro Sánchez, Carlos San Basilio, ha sido frotarse las manos y respirar hondo: ya podrá cumplir sus objetivos: seguir emitiendo bonos del estado para financiar -que no pagar- todas las demagogias del gobierno Sánchez, aquellas que le darán votos el 28 de abril y que darán quebraderos de cabeza a todos los españoles cuando tengan que pagar los intereses del bono. Por ejemplo, para financiar los viernes sociales del Ejecutivo.
Draghi alimenta a todos los políticos empresarios que en el mundo han sido. Y la deuda pública española, casi en el 100 por 100 del PIB. No se preocupen tenemos varias generaciones para que “la paguen”. Por ejemplo, nuestros hijos.
¡Qué error, señor Draghi, qué inmenso error!
Y entonces, ¿por qué no se le critica a Draghi algo tan evidente? Por comodidad, señores, por pura comodidad. Fabricar dinero es muy cómodo y muy barato.