El viernes 9 de agosto cayó sobre la ciudad de Nagasaki. la colonia católica más importante del Japón, la segunda bomba atómica, por decisión del impresentable protestante anticatólico Harry Truman.
‘Celebramos’ la matanza de la católica Nagasaki y también la fiesta de Edith Stein. Las feministas, siempre empeñadas en valorar la inteligencia como la mayor de todas las virtudes (cuando lo cierto es que la inteligencia es invaluable y a menudo irreconocible), deberían poner en un pedestal a Edith Stein, que en el Carmelo tomaría por nombre Sor Teresa Benedicta de la Cruz, en honor de nuestra Teresa de Jesús. Esta judía alemana (polaca, dado que nació en Breslau, hoy la ciudad polaca de Wroclaw) probablemente haya sido la mente femenina más formidable del siglo XX. Porque si algo aportó -poco- el siglo XX a la filosofía fue la fenomenología, la vuelta al realismo después de la estúpida excursión por el idealismo filosófico que alcanzó su cénit con Kant y nos introdujo en la modernidad. Es decir, nos introdujo en la etapa más homicida de toda la historia de la humanidad.
Stein fue la alumna aventajada -tanto es así que en algunos puntos superó al maestro- de Edmund Husserl, que no era cristiano pero tuvo el buen gusto de devolvernos al dogma primero de la filosofía: este mesa es una mesa y no es un silla… aunque yo sospeche que es un silla.
La fenomenología supuso la vuelta de la humanidad a la cordura. Es decir, al realismo filosófico
Si lo prefieren, el realismo filosófico es el de quienes piensan que las cosas son lo que son mientras el idealismo filosófico es el de quien afirma que las cosas son los que cada uno cree que son. Y esto porque la esencia no estaría en la realidad sino en nuestra mente.
Pues bien, en el siglo XX el idealismo había llegado a la cumbre cuando algunos, como Edith Stein empiezan a preguntarse si desde Descartes (un buen tipo que lo lió todo) a Hegel y Nietszche, no habíamos entronizado la estupidez y, sobre todo, terminado con el concepto mismo de realidad y de la objetividad.
Los idealistas inventaron el vértigo existencia y, con ello, la desesperación. Husserl y Stein recuperaron la cordura y su seguidor mas eminente, un tal Karol Wojtyla, vertió la fenomenología en sus dos encíclicas más profundas: Veritatis Splendor y Fides y Ratio. Personalmente, aconsejo la primera de ellas, uno de los textos filosóficos y teológicos más brillante de todo el siglo XX. Y perfectamente inteligible para profanos como servidor.
Si quieren ustedes comprender a esta doctora de Europa, lean Veritatis Splendor
Edith Stein era judía de raza, católica de religión, filósofa y profesora universitaria de profesión y carmelita de vocación, asesinada por los nazis en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau. Años después, San Juan Pablo II la canonizó y nombró doctora de Europa. Era una cuestión de gratitud.
Si las feministas quieren un modelo de mujer inteligente, profunda, maestra de varones y mujeres, ahí tienen a Edith Stein. Eso sí: siento informarles de que era católica, encima monja carmelita, encima santa. ¡Qué horror! Tendremos que buscar a otro modelo de eminencia femenina. Ya sé: Carmen Calvo.