Vuelven las fusiones bancarias. El último hachazo de Mario Draghi a la rentabilidad del negocio, ha vuelto a poner sobre el tapete la posibilidad -mejor, la necesidad- de crear entidades más grandes, aunque eso no implique que vayan a ser mejores. Sea como fuere, la pieza clave del tablero, la entidad sobre la que giran todas las opciones, es Bankia, y el Gobierno no tomará ninguna decisión estratégica mientras esté en funciones.
Todo cambiará tras el 10-N si los partidos logran formar gobierno. Una de las primeras tareas del titular -o titulara- de Economía será privatizar Bankia, bien mediante venta de paquetes en bolsa o bien mediante una fusión. Esta última es la opción más razonable y la preferida, vista la situación general de los mercados, y del sector financiero en particular.
Mucho se ha escrito sobre la fusión de Bankia con BBVA y de Bankia con Sabadell. Ahora bien, la gran boda, y que sería muy vista por el supervisor, es Caixabank-Bankia, con Goirigolzarri de presidente y Gortázar de CEO. Para empezar, serviría para dar un empujón importante a la remodelación aún pendiente (cierre de oficinas) de la banca española. La unión permitiría a Caixabank cumplir un viejo sueño: ser el banco líder en Madrid. Bankia, además, le aportaría una estructura robusta de capital.
Todos son ventajas, también para el gobierno, que daría por zanjado el rescate bancario, porque, algún día, el Gobierno tendrá que marcharse del accionariado de Bankia. Salvo que gobierne Podemos.