“Adolescentes, ¿estáis cansados de ser mandados por vuestros estúpidos padres? ¡Actuad ahora! Marchaos de casa, conseguid un trabajo y pagad vuestras facturas. Ahora, cuando todavía lo sabéis todo”.
John Hinde era un fotógrafo británico de postguerra, lamentablemente marcado por su carácter nostálgico. No lo cuentan las crónicas pero seguramente era un fachas con la mirada perdida en el pasado, padre del presente, en lugar de obsesiones en el futuro, un niño en las dos rodillas de los dioses, que es lo que debe hacer todo buen progresista.
Por eso, al bueno de Hinde le preocupaba un pelín, y ya ha llovido desde su muerte -para ser exactos 22 años- una generación de adolescentes sabihondos, ferozmente críticos con sus progenitores aunque dispuestos a vivir de sus progenitores hasta el final de la adolescencia, pongamos a los 40 años.
Está claro que se necesita un poco de disciplina para separar el narcisismo de los primeros años y la egolatría de los segundos
Y el síndrome del niño/emperador, que tiraniza a sus padres y si no, como aquel pariente mío, dejaba de respirar hasta conseguir lo que quería.
Por cierto, no confundir el niño emperador con el niño-Peter Pan, el que se niega a asumir sus responsabilidades de adulto. Ese se parece más al adolescente de John Hinde.
Porque a la generación de los adolescentes sabihondos, cuya pubertad mental dura hasta los 30 años, hay que añadir la generación del niño-emperador, un enano que tiraniza a sus padres desde pequeñito.
Y si es necesaria una adarme de violencia para imponer disciplina, utilicémosla pero, eso sí, con serenidad y mucho cariño
Son las dos notas generacionales del mundo actual ambos, el niño emperador, y, sobre todo, el adolescente sabihondo, necesitan una buena colleja, so fuer necesario con una miajita de violencia, incluso física, para imponerle una disciplina que no es buena por sí misma: es sólo para hacerles caer en la cuenta de que son un pelín egoístas y de que resulta procedente que lleguen a la vida adulta con tal carga de narcisismo y egolatría. No mucho. Una colleja, por ejemplo.
Insisto, está claro que se necesita un poco de disciplina para separar el narcisismo de los primeros años y la egolatría de los segundos.