- El gigante bancario aprovecha los resultados del primer trimestre para volver a presionar con mover su sede de Londres.
- Se queja de que sólo ha ganado 5.140 millones de euros ( 0,9%) por los impuestos y también por el daño a su imagen corporativa.
- El gigante británico ingresa un 4% más gracias a la división de banca de inversión del 'establishment' británico, que mejora un 8%.
- Sigue muy presente el escándalo provocado por las malas prácticas en su filial suiza: el fraude fiscal desvelado por Falciani.
El gigante todavía británico
HSBC, muy en su línea, ha vuelto a aprovechar, este martes, la presentación de sus
resultados en el primer trimestre para clamar por lo suyo. Y del escándalo por el fraude fiscal masivo en su filial suiza, nada, salvo que le ha perjudicado mucho a su reputación. Pero para el banco no importa el pasado, sino el presente: no está nada cómodo ni con las nuevas
exigencias bancarias ni con los
impuestos que tiene que pagar en el Reino Unido. Por eso saca a colación de nuevo lo del traslado de su sede a otro país. No es una novedad. Ocurrió a finales de abril y así se lo contamos:
al pirata HSBC le asusta la regulación y amenaza con trasladar su sede fuera Londres (¿a un paraíso fiscal?).
La excusa esta vez ha sido el resultado: el HSBC ha ganado 5.140 millones de euros, el 0,9% más y por encima de las previsiones de los analistas (lo situaban en 5.800), pero no le parece suficiente. También ha mejorado su cifra de negocio operativa, un 4%, hasta 18.170 millones, pero mira de reojo al banzo suizo
UBS, que la aumentó un 88%, y le entra un cosquilleo. Conclusión: quiere más. La realidad es que los ingresos en la división de banca de inversión del
establishment británico ( 8%) compensan con creces otras exigencias en gastos para cumplir las normas y pagar impuestos: lo programas reguladores. Ojo, y también los gastos en
publicidad, para levantar su maltrecha imagen. Pero no no remonta.
El banco ha advertido que con esas cifras no podrá elevar el
dividendo, como tenía previsto, lo cual preocupa, y mucho, dice, a los inversores, y que, en fin, todo eso podría obligarle a mover su sede otra vez a
Hong Kong, de donde se fue en 1993.
El
HSBC sabe con qué armas juega y que sus amenazas en ese sentido afectan a la reputación de la City (es un centro de finanzas global) y que
entra de lleno en el debate electoral (Reino Unido celebra elecciones el 7 de mayo). Todo está muy calculado.
El presidente ejecutivo,
Stuart Gulliver, dice que no pretende presionar al primer ministro
David Cameron o su principal rival, el laborista
Ed Miliband, sino que sólo atiende a las exigencias de sus accionistas, muy preocupados por los impuestos que les obligan a pagar. Y eso, insiste, "hará imposible para nosotros mantener nuestro compromiso de aumentar los dividendos". Y a renglón seguido admite que "la reputación del banco está muy dañada".
En efecto, el HSCB pagará este año cerca de 1.340 millones de eruso en impuestos bancarios, 400 más que los que pagó en 2014 (982 millones), pero tiene muy claro que si los laboristas ganan las elecciones, esa cifra se podría elevar a 1.800 millones. Eso es lo que le asusta al HSBC. Lo demás son fruslerías.
¿Se trasladará finalmente a otra sede? Depende de lo que consiga antes de hacerlo para finalmente hacerlo. Al margen de eso, una cosa está clara: al HSCB le está costando y mucho salir del
apuro tras el sonoro escándalo protagonizado por su
filial suiza. Desde febrero, cuando se conoció su complicidad para el
fraude fiscal de miles de personas de medio mundo (unas 260.000), no ha dejado de ser noticia. Pongan de todo en el cesto: multas, investigaciones, amenazas judiciales, etc… Y el
modus operandi de este banco global ha inquietado, no sólo a los países afectados que han visto cómo el dinero de sus ciudadanos escapaba del fisco, sino también a
Gran Bretaña. Y es que por mucho que se pintara el muñeco, el muñeco no tenía su sede en Suiza, donde
Hervé Falciani guardó los CD de las
cuentas opacas, sino en Londres. Y la cosa fue a más cuando se supo que
el presidente de la entidad en la etapa más oscura había sido el también ministro Stephen Green: dejó su cargo en el banco para ocupar la cartera de Comercio en el Gobierno de
David Cameron. El caso entró en el Parlamento británico con fuertes críticas al banco y a su presidente. Stuart Gulliver pidió disculpas, pero no convenció y su
mea culpa en plural fue tachado de "inaceptable".
Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com