Aunque creados en vida de Juan Carlos I, los Premios Príncipe de Asturias, que se entregan la tarde del viernes 16 de octubre, en Oviedo, constituyen la mejor alegoría del triste Reinado de Felipe VI. No se ha convencido aún de que un monarca no puede ser progre (alguna malvada diría… ni casarse con una progre), porque el progresismo socava las raíces del Trono.
Cuando vienen mal dadas, la monarquía española debe aferrarse a sus principios cristianos, y resulta que el progresismo no cree en ningún principio y siente especial aversión por los valores cristianos, cuya mera existencia consideran una reprobación de su conducta.
Felipe VI, siempre cobarde, no se quita de encima ni a Jaime Alfonsín ni a la vicepresidenta que desterró a su padre y que está cavando la tumba de la monarquía
Por decirlo de otro modo: dime a quién aplaudes, a quién premias, a quién galardonas, y te diré, no sólo quién sois, Majestad, sino qué futuro os espera. Y el futuro de la monarquía española, a día de hoy, parece de color de hormiga.
En esta tesitura, es muy lógico, y tremendamente venenoso, que sea la vicepresidenta primera del Gobierno Sánchez, doña Carmen Calvo, quien acompañe a los Reyes en tan solemne acto.
Calvo no es ni monárquica ni republicana, pero le encana humillar al Rey, al igual que le encanta humillar a la Iglesia. En su peculiar y enloquecido imaginario, en su inconmensurable vanidad, la número dos de Pedro Sánchez considera que los dos poderes opresores son Dios y el Rey. Y ahora, ella puede vengarse de ambos, el uno en la basílica y en la Cruz del Valle de los Caídos (que sólo es el principio), del otro, en la tarde del viernes 16, cuando copresida, con el SM el Rey Felipe VI, la Reina Letizia, la princesa de Asturias, Leonor, y la infanta Sofía, la entrega de los premios Príncipe de Asturias.
Carmen Calvo fue quien pactó con el lúgubre Jaime Alfonsín, a quien Felipe VI siempre cobarde, no se atreve a despedir, la humillante y vergonzosa salida del Rey Juan Carlos I de España, para que sus colegas de gobierno podemitas pudieran hablar de huida vergonzosa. Y Felipe VI, rey cobarde, lo ha acepado.
El principio del fin de la monarquía española comenzó cuando el Monarca no se atrevió a capitanear la Operación Borrell y entronizó -en Moncloa- a un ególatra narcisista llamado Pedro Sánchez, el culpable de la llegada de los comunistas al poder aunque hoy convertido en marioneta de venenoso Pablo Iglesias.
Carmen Calvo odia dos cosas: a la Monarquía y a la Iglesia. En su curioso imaginario, son los dos poderes retardadores del advenimiento feminista
Mientras, en Zarzuela todavía se engañan a sí mismos: no se acaban de creer que el objetivo del Gobierno socio-podemita, tanto de Sánchez como de Iglesias, sea la III República. Pero lo es, y la quieren ya mismo. En su inconmensurable vanidad, Sánchez pretende ser Alcalá-Zamora, mientras Pablo Iglesias, mucho más práctico, se ‘conforma’ con ser Manuel Azaña, el CEO de España. Por su parte, Carmen Calvo, cabeza hueca, será la musa del Nuevo Régimen republicano.
Como si en España fuera posible una república sin sangre. Pero ahí tienen a Carmen Calvo, carabina regia en los Premios Príncipe de Asturias.
Por cierto, esos galardones de mi tierra asturiana se degradaron aún más al cambiar de género. Alguien debería explicar a la organización que el cargo no tiene sexo y que aunque la Princesa de Asturias logre reinar –ahora mismo, lo dudo- el nombre los galardones podían haber seguido siendo Premios Príncipe de Asturias, porque las personas tiene sexo y, en consecuencia, género, pero los cargos sólo tienen género.
Los Premios Princesa de Asturias, galardones progres, constituyen la mejor imagen de la trampa que Felipe VI se tendió a sí mismo: dime a quién aplaudes y te diré quién eres… y cuál será tu futuro
En cualquier caso, los Premios Princesa de Asturias son galardones progres y constituyen la mejor imagen de la trampa que Felipe VI se ha tendido a sí mismo. Insisto: dime a quién aplaudes y te diré quién eres… y cuál será tu futuro. Por ahora, espero equivocarme, de color de hormiga.
No por Pablo Iglesias, que tiene mucho menos poder -y ninguna autoridad- del que él se cree y que es incapaz de tumbar una monarquía con 1.300 años de historia. No, la monarquía española siempre ha caído cuando los propios reyes han abandonado su puesto. Generalmente, por comodidad o por cobardía… o por ambas cosas a la vez. Si cree Felipe VI que con feminismo cutre, como el del cambio de nombre a un Premio regio, o con ecologismos de salón, o con relativismo progre, la monarquía va a subsistir… es que conoce muy poco a los españoles.