En 1996 la crisis de vocaciones de los jesuitas, la orden más importante de la Iglesia durante toda la edad moderna, ya había comenzado. Entonces había en el mundo 36.000 jesuitas. En 2018 quedan 16.000.
Pero centrémonos en España. En la actualidad el número de jesuitas apenas supera los 600, con una edad media que supera los 70 años y sigue en aumento.
Lo mismo ocurre en otras diócesis españolas, dicho sea de paso: no hay curas jóvenes y sí muchos ancianos que atender
Pues bien, ahora mismo, marzo de 2019, los jesuitas –dos cursos de noviciado- tienen (sí, en el conjunto de España) cuatro novicios de primer curso y uno en segundo. Sí, no he dicho cuatrocientos; son cuatro en primero y uno en segundo. Esta es la crisis de la Iglesia. Lo demás es secundario.
No hay vocaciones sacerdotales en Occidente y, sin sacerdotes, no hay Iglesia, porque la Iglesia es, antes que ninguna otra cosa, una realidad sacramental. La Iglesia existe para decir misa, palabras que pueden sonar todo lo mal que quiera –a mí me suenan muy bien- pero que es una realidad que San Juan Pablo II expresó con mayor finura: “La Iglesia vive de la Eucaristía”. Pues bien, sin sacerdotes, no hay Eucaristía
Y ante la Jornada Mundial de las Vocaciones, el Papa suplica a los jóvenes que "no sean sordos a la llamada del Señor". El aviso parece oportuno.
Si la Iglesia vive de la Eucaristía, una Iglesia sin curas está muerta
Lo grave es que los jesuitas no constituyen una excepción. Del conjunto de clero regular puede decirse algo parecido y el clero secular vive el mismo problema de envejecimiento, no sustituido por nuevas vocaciones. Con algunas excepciones, generalmente en órdenes nuevas de regla dura. Porque las reglas blandas siempre acaban en aburguesamiento del alma.
En cualquier caso, la fuerza intelectual de la Iglesia, los jesuitas, tienen un solo novicio en segundo. Porque cuando empezó el curso, los de primero eran seis, y, a las primeras de cambio, se cayeron dos. En total cinco novicios para la orden que constituyó la gloria de la Iglesia desde su fundación por el español Ignacio de Loyola, en 1534.
De hecho, hablamos de tónica general. Así, durante el papado de Francisco ha aumentado el número de católicos en el mundo pero ha caído el número de sacerdotes.
Así que a la vieja jaculatoria –"Danos, Señor, sacerdotes santos"- habrá que añadir el siguiente matiz: Señor, danos sacerdotes y, a renglón seguido, comenzaremos a rezar para que alcancen la santidad.
Ahora bien, si la Iglesia vive de la Eucaristía, una Iglesia sin sacerdotes está muerta.