Teresa Ribera entró con fuerza en el Ministerio de Transición Ecológica, dispuesta a un punto y aparte sin precedentes en materia energética, pero no le ha quedado otra que plegarse a la realidad. Ahora bien, se niega a reconocer que necesita la energía nuclear (no contaminante), lo que ha llenado de tiranteces al sector eléctrico y a la postre, ha provocado un cisma entre las tres grandes que deja en vilo el futuro de la central nuclear de Almaraz.
Ribera se ha equivocado por precipitación, según fuentes consultadas por Hispanidad, pero ha preferido, como los antiguos hidalgos, sostenella y no enmedalla. Se ha dejado llevar por los imperativos antinucleares, más ideológicos que realistas, y ahora no le queda otra que bajarse del burro, pero sin reconocer que tiene que caminar a pie.
El primer test del doble juego de la ministra, con todo, va a quedar escenificado en la central extremeña de Almaraz, de cuyo cierre inmediato, por cierto, no quiere ni oír hablar el presidente de esa comunidad, Guillermo Fernández Vara, por lo que se juega en ello para su reelección (el agujero económico en la región sería demasiado costoso).
Endesa prefiere plegarse al Gobierno a la guerra frontal que plantea Iberdrola, que se entiende con Naturgy
Almaraz celebra junta este miércoles, 19, pero sus tres propietarios -Iberdrola (53%), Endesa (36%) y Naturgy (11%)- discrepan en lo esencial: la continuidad de la central, que depende de la solicitud de una prórroga. Teresa Ribera ha activado, mientras, todas las opciones para evitar un mal desenlace, pero con un argumento que ha cabreado más todavía a Iberdrola y Naturgy: que las empresas carguen con la decisión, porque el “cierre ordenado” -palabras paradigmáticas- corresponde a las empresas, no al Gobierno.
El protagonismo se reparte en dos bandos: la eléctrica de Galán, que supedita su decisión a una mejora de la fiscalidad del negocio, y la eléctrica que preside Borja Prado, que quiere mantener las centrales nucleares, aunque Iberdrola se niegue.
Ribera activa los mecanismos para los cierres ordenados, pero no se perdonaría admitirlo
Endesa se entiende así con el Gobierno, mientras Iberdrola lo hace con Naturgy. Ninguna novedad, como ha ocurrido hasta ahora: las tres han chocado cuando Endesa estaba por medio. Pero las tres deben alcanzar un acuerdo unánime en este caso.
De lo contrario, se romperá la baraja, como ocurrió en Garoña, con las mismas posiciones encontradas de Endesa e Iberdrola (se la repartían al 50%). Almaraz, claro está, no tiene el mismo peso que la central burgalesa: la extremeña aporta un tercio de la producción nuclear generada en España.
Cierto es, en paralelo, que Iberdrola y Endesa juegan en plazos distintos en la valoración y amortización de activos. Galán tiene en cuenta la vida útil de 40 años, mientras el cálculo de Endesa es a 50 años. A Iberdrola le apoya Naturgy con un intermedio de cuatro años en la prórroga -ni para ti ni para mí-, pero Endesa amplia el ángulo al resto de centrales y está dispuesta a todo para que Almaraz no se apague: comprar a sus socios la central o intercambiar activos para que cada eléctrica vaya por su cuenta.
Dicho todo lo cual, hay que volver a Teresa Ribera, tan antinuclear como el PSOE, lo que explica sus silencios, aprovechando que ultima la Ley de Cambio Climático. Es consciente de que necesita todas las fuentes para la transición energética, pero singularmente la nuclear, por lo que implica en el sistema eléctrico (casi una cuarta parte de la tarta eléctrica). Si no es así, el precio de la luz se disparará y volverá el riesgo de apagones.
Ribera, eso sí, sigue vitoreando las energías renovables y se ha cerrado en banda a reconocer en público lo que es un secreto a voces en privado y en el sector: la necesidad de la nuclear. Una estrategia fallida, aunque con una explicación: Ribera ha querido dejar claro que el Gobierno Sánchez es muy verde, por un lado, y no ha querido, por otro, molestar a la izquierda de su izquierda, Podemos -tan antinuclear como ella-, de la que depende para seguir gobernando el país con 84 diputados.