Las prioridades del cristiano de hoy son dos: practicar el exhibicionismo y meterse en la vida del vecino
En ambientes clericales -o sea, muy mala gente- se comenta la anécdota de la mujer que, emocionada, se acercó al Papa Francisco para presentarle a dos chavales: el uno budista, el otro musulmán, que se habían convertido al cristianismo. El Papa, según propia confesión, le contestó sin mucha efusión:
-Evangelización sí, señora, proselitismo no.
Y explicaba: me los presentó como si fueran dos trofeos de caza.
Sabíamos que a Francisco no le gusta mucho la palabra proselitismo pero hombre, los trofeos de caza están muertos y se supone que el converso ha vuelto a la vida, Santidad… incluidos los prosélitos de la señora proselitista.
Pero es que, además, la Lumen Gentium (33) aclara “Los laicos congregados en el Pueblo de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llamados, a fuer de miembros vivos, a procurar el crecimiento de la Iglesia”.
Y ¿cómo va a crecer la Iglesia sin conversiones, sin nuevos miembros, sin vocaciones, en definitiva, sin proselitismo? Con testimonios, ciertamente, que el mejor predicador es Fray Ejemplo, pero evangelizar exige hablar, meterse en la vida del vecino.
Y sigo sin saber en qué se distingue evangelizar de hacer prosélitos.
Pero aún hay más, del Concilio: Apostolicam actuositatem es un decreto del Vaticano II sobre el apostolado de los laicos, que, en su número 2 asegura: “el miembro que no contribuye según su medida al aumento de este Cuerpo hay que decir que no aprovecha ni a la Iglesia ni a sí mismo”.
¿Seguro que el proselitismo es tan malo?
Porque si algo falta hoy en la Iglesia es afán apostólico. No vaya a ser que andemos corriendo con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios. Cuando no hay cura para atender a los fieles, cuando la fe en Cristo parece haber desaparecido de Occidente, cuando la sociedad se divide en ateos, tibios y paganos, no parece que lo más urgente consista en hacer distingos entre evangelización y proselitismo, ni de abordar autoanálisis sobre la rectitud de intención de quienes predican a Cristo.
La mayoría lo hacemos fatal pero el problema mayor llega cuando ni siquiera se intenta.