Entre los asuntos que tiene encima de la mesa el nuevo ministro de Economía, Román Escolano, está la privatización de Bankia. No es lo más urgente -tiene de plazo hasta diciembre de 2019- pero sí lo más importante. Está en juego la devolución de los casi 24.000 millones de euros de ayudas públicas que recibió la entidad. Ni más, ni menos.
Efectivamente, la privatización de Bankia es un asunto primordial para Mariano Rajoy y qué mejor manera de hacerlo que mediante una fusión, que permite hacer borrón y cuenta nueva. En definitiva, se trata de evitar titulares que hagan referencia al ‘agujero’ final asumido por los contribuyentes.
Y la pareja idónea de Bankia es BBVA. Tendría un “encaje perfecto”, según José Ignacio Goirigolzarri. Por eso, el Gobierno se ha empleado a fondo para convencer a Francisco González (FG) para que termine su mandato -en octubre de 2019 cumplirá 75 años- con esta gran operación corporativa. Lo intentó en su día Luis de Guindos y Escolano recogió el testigo, pero no ha habido manera.
Y ante las presiones del Ejecutivo, FG ha amenazado, incluso, con marcharse antes de tiempo (a que no) y ceder todo el poder a su consejero delegado, Carlos Torres. Otra opción que baraja FG es nombrar a González-Páramo o a Caruana como chairman y a Torres como Ceo. Porque la opción BCE está totalmente descartada: ni acepta prolongar su mandato ni contempla la opción de una fusión paneuropea.
Por cierto, las palabras de Goirigolzarri al Financial Times han provocado inquietud entre el equipo directivo de la entidad. Desde que asumió el mando, Goiri ha insistido por activa y por pasiva que el futuro de Bankia pasa por seguir independiente. Ahora, sin embargo, el proyecto incluye la fusión con un tercero.
A esto unan el síndrome que aqueja a la plantilla que cree, y con razón, que todos los males del banco surgen porque es el resultado de la fusión de siete entidades. Y que ahora, después de tantos sufrimientos, se plantee otra fusión...