Cuando los violentos del Black Lives Matter (BLM) asolaban las calles con el apoyo del Partido Demócrata, la ya casi vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, soltó su frasecita: “No van a ceder. Y no deberían”. Con esto, jaleaba a toda la panda de energúmenos que se enfrentaban a la policía con el apoyo del Partido Demócrata, ya hacinado de majaderos podemitas. Hoy es vicepresidenta y el BLM está calladito. Se acabaron los problemas de racismo, violencia policial y otras necedades: ya estamos en el poder.
Por contra, cuando los partidarios de Donald Trump protestan ante el Capitolio, con una sorprendente relajación policial, que incluso invita a entrar a los pretendidos insurrectos, cuando un policía ejecuta a una desarmada partidaria de Trump de un tiro a bocajarro, el todavía presidente sale a escena, denigra a los violentos que dicen actuar en su nombre y les pide que regresen a casa. Sin embargo, el relato insiste en que el violento y radical es Trump y los pacifistas son los demócratas, y Michelle Obama, un cerebro tan grande como toda ella, exige a las redes sociales que censuren a Trump porque el mal está en la Casa Blanca: no se sabe si antes o ahora. Y ya en el terreno de lo cachondeable, Pablo Iglesias desde Madrid y Nicolás Maduro desde Caracas muestran su desvelo por la democracia norteamericana, en peligro por el fascista Trump.
Esto no huele a que los demócratas hayan urdido una conspiración para el pucherazo: esto huele a que la sociedad norteamericana ha consensuado que Trump no puede seguir en la Casa Blanca porque apesta a cristiano
Naturalmente, el macarra de Facebook, muy valiente cuando se trata de hacer leña del árbol caído, don Mark Zuckerberg, corre presuroso en socorro del vencedor y censura a Trump tanto en Facebook como en Instagram… indefinidamente. La verdad es que cumplía con su función, dado que este miserable se ha convertido en el censor global pero llama la atención, porque si alguien ha defendido a las tecnológicas norteamericanas, ese ha sido Donald Trump. Mark: das un poco de asquito.
¿Y saben qué significa la caída de Donald Trump? Pues significa que la guerra ha comenzado.
Sí, la guerra ha comenzado. Será batalla cultural y violencia martirial
De entrada: ¿hubo asalto al Capitolio o ejecución de trumpistas? Porque todo suena extraño en los personajes que entraron -o fueron entrados- en el Congreso. Algunos de ellos, desde luego los muertos, eran trumpistas de verdad, pero otros…
Miren ustedes, lo peor de esta guerra, personificada en el dúo Biden-Trump, es que va mucho más allá. Lo que está ocurriendo en el mundo actual no es un conspiración sino algo muchísimo peor: es un consenso. Es el imperio de lo políticamente correcto, del pensamiento único progre, de lo que llamamos el Nuevo Orden Mundial (NOM). O sea, infinitamente más grave, porque el conspirador nunca podrá presumir de legitimidad: el consenso sí.
Ejemplo, lo de Washington no huele a que los demócratas hayan urdido una conspiración para el pucherazo: el olor es mucho más nauseabundo. Huele a que la sociedad norteamericana ha consensuado que Donald Trump no puede seguir en la Casa Blanca porque apesta a cristiano.
Para morir se necesita más valor que para matar
Sí, a cristiano. La civilización occidental es civilización de Cristo y Donald Trump, con todos sus defectos, que los tenía, es un cristiano. El último gobernador cristiano.
Sí, la guerra ha comenzado. Será batalla cultural y habrá violencia martirial. Nada extraño, no olvidemos dos cosas: que el mal es muy cobarde y que para morir se necesita más valor que para matar.
Esos dos parámetros son los que importan en esta batalla cultural pero que, como todas las batallas culturales, tendrá sus picos de violencia física, no lo duden.
En cualquier caso, la guerra ha comenzado y la neutralidad no es una opción.