Fue su última intervención en una emisora radiofónica. Chesterton se despidió de sus oyentes de esta guisa: “Algunos se irán con un gemido pero yo me iré con una explosión”. Traducido: moriré con una carcajada.
Cuando primero Ciudadanos, luego el PSOE y Podemos introdujeron el proyecto a favor del suicidio asistido, un banquero me comentó lo siguiente: Sólo quiere morir aquel que no se siente querido, por lo general el que está solo.
La víctima merece más piedad que el sufriente. Yo no quiero un mundo sin dolor, quiero un mundo sin injusticia
Luego está la justificación de la eutanasia: clemencia con el dolorido. Que más bien parece la aplicación del viejo refrán: muerto el perro se acabó al rabia. Muerto el doliente se terminó su dolor.
Pues bien, hay que distinguir entre víctima y sufriente: es más digno de conmiseración aquél que éste. Yo no quiero un mundo sin dolor, quiero un mundo sin injusticia. El verdadero dolor humano no es el dolor físico, sino el dolor del abandono. El peor dolor es la ofensa. En eso nos distinguimos de los animales, por eso el racional, sujeto ético, sufre mucho más que el irracional.
Para el ser racional el dolor insoportable es el dolor que conlleva una ofensa. El resto se soporta bien
Pues bien, para curar ese dolor se encarnó Dios, se anonadó convirtiéndose en hombre y de paso nos recordó que la vida es un don y por eso debemos pasarla entre sonrisas y carcajadas. Que se eutanasie el señor Sánchez.