Sorprende que Iberdrola haya aumentado autocartera hasta la burrada de 850,7 millones de euros, equivalentes al 2,01% del capital, lo que perjudica sobre todo al pequeño accionista. No se explican sólo por los planes de recompra y posterior pago del dividendo flexible, una fórmula de retribución, además, que tampoco gusta al accionista minoritario, que prefiere sobre todo el pago en efectivo.
El dividendo flexible se ideó en los años de crisis como un mecanismo para evitar la supresión del dividendo, a través del scrip (pago con acciones unidas a ampliaciones liberadas que diluyen en accionista). Mejor es, por tanto, el pago en metálico, sostenido sobre el aumento real de beneficio o el Ebitda, y no sobre el señuelo de la recompra de títulos para mejorar artificialmente el beneficio por acción de la empresa.
El accionista quiere dividendo en metálico, mientras Galán guarda munición para contrarrestar una presión bajista en bolsa
Todo apunta, más bien, al beneficio al equipo gestor, incluido el presidente, para controlar directamente y dejar fuera de juego el 2% del capital, que es lo que desaparece de la circulación en bolsa.
Y a esa razón se unen otras dos, que benefician también más al gestor que al accionista. La primera, la política de retribución variable a sus propios ejecutivos. La segunda, subliminal, dotarse de munición para contrarrestar la presión bajista sobre los títulos.
Esa presión puede llegar en cualquier momento, por la incertidumbre per se en todo proceso de revisión de los negocios regulados de distribución de electricidad y gas.
En 2018, a pesar de los pesares, las tres grandes ha subido en bolsa, aunque con distintos porcentajes: Naturgy la que más, un 15,6%, seguida de Endesa (12,7%) e Iberdrola, la que menos, un 8,6%. Y eso a pesar de que la eléctrica de Galán tiene como puntos a favor su diversificación en el exterior, que la mayor parte de su Ebitda proviene de negocios regulados y goza de una posición excelente en los planes de Teresa Ribera, volcada en las energías renovables.