Lo dice el amigo Cicerón, que no era, precisamente, ningún apóstol de la Iglesia (Marco Tulio Cicerón, De República, 3, 22, 33): “Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón, conforme a la naturaleza, extendida a todos, inmutable, eterna, que llama a cumplir con la propia obligación y aparta del mal que prohíbe. [...] Esta ley no puede ser contradicha, ni derogada en parte, ni del todo”.
Para entendernos, que Cicerón si creía en la Ley Natural. A este tipo hoy le hubieran etiquetado como fascista. Obsérvese que el amigo Marco Tulio no habla de una ley divina, sino natural pero, eso sí, eterna, por encima de la opinión general, por encima de lo que diga la mayoría por encima de la democracia. Una ley que, por ser de recta razón, es permanente y no se adecúa al Estado de Derecho: es el Estado de derecho quien debe adecuarse a ella.
¿Qué ocurre cuando el Estado de derecho se subordina al cumplimiento de una ley injusta? Porque existen leyes injustas...
Como en la sociedad y en la política del siglo XXI apenas disponemos de conceptos confusos, conviene recordar cómo nació el concepto mismo de ley natural, y como a nadie, hasta el fraccionamiento de ida y convenios, cuando el consenso sustituyó a la razón todos creían en una principios inamovibles, también intocables por la ley y a los que la ley debe atenerse.
Porque al principio no era el Estado de Derecho, ni la democracia, ni la ley: era la razón y la libertad del ser humano, dueño y señor de todas las cosas.
No existe el lado correcto de la historia: la historia es la historia de la libertad, para bien y para mal
Y hay otro concepto paralelo que también anda preñado de confusión. Lo repite mucho Albert Rivera, el líder de Ciudadanos y el propio presidente en funciones, Pedro Sánchez: se trata de estar en el lado correcto de la historia.
Pues miren, señores, no. No existe el lado correcto de la historia, porque la historia es la historia de la libertad, de esa razón que opera libremente y crea la historia, sea correcta o incorrecta, sea para bien o para mal.
Ni la ley ni la historia se pueden convertir en verdugos de la razón y de la libertad Que no es de otra forma como la modernidad se ha convertido en esclavitud.